Os subo hoy este artículo que escribí en 2003 para la revista El Mundo de los Pirineos con motivo del centenario del Tour de Francia.
100 AÑOS DEL TOUR EN LOS PIRINEOS
“En la montaña el ciclista no se enfrenta solamente al relieve, está entregado a sí mismo y toma conciencia de su terrible soledad”. Henri Desgrange.
“Tourmalet pasado. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop”. Con este escueto telegrama enviado por Alphonse Steines, periodista de “L’Auto”, diario organizador del Tour de Francia, en mayo de 1910 tras casi morir congelado entre la nieve del Col del Tourmalet, la gran carrera ciclista del país galo se abrió a los Pirineos, a los grandes puertos de montaña, a la épica de las colosales gestas ciclistas.
El 21 de julio de ese año, los 326 km entre Luchon y Baiona, se iban a convertir en el primer capítulo pirenaico de una larga novela que este año cumple un siglo de vida. Después de alguna pequeña incursión por los Vosgos (1905) y los Alpes (1907), los primeros grandes puertos que los heroicos ciclistas de aquella gloriosa época de conquistas iban a franquear, fueron el Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque. Todos el mismo día. El “Círculo de la muerte”. Del “perfectamente practicable” de Steines se pasó al grito de “asesinos” que el ganador de esa inhumana etapa (y de ese Tour histórico), Octave Lapize, dedicó a los organizadores en la cima del Aubisque. Aquel día Lapize empleó 14 horas y 10 minutos en terminar la etapa. El último corredor llegó 7 horas y 33 minutos después.
Desde entonces hasta este año 2003, los Pirineos han visto, sin pestañear, cientos de grandes gestas; han oído, sin inmutarse, miles de gritos agónicos; han olido, sin un mal gesto, toneladas de sudor (e incluso de sangre); han tocado, sin sentir nada, innumerables cuerpos agotados; y, finalmente, nos han permitido saborear, con gran gusto por nuestra parte, incontables momentos maravillosos.
En 1913, Eugène Christophe, que nunca ganaría el Tour, pasó a la leyenda del ciclismo al tener que arreglar su bicicleta durante 4 horas en una fragua de St. Marie du Campan, al pie del Tourmalet, por donde había pasado en segunda posición y desde donde tuvo que descender 14 km a pie. Según el reglamento nadie podía ayudarle, por lo que un comisario debió permanecer a su lado todo el tiempo, tiempo que aprovechó para penalizarle con 10 minutos al ayudar un niño al infortunado héroe a encender la fragua. Curiosamente en 1919, tras la Gran Guerra, y portando el maillot amarillo más deseado del ciclismo que ese año se instauraba por vez primera, Christophe tuvo que arreglar otra bicicleta de forma similar a la de 1913, pero esta vez lo hizo en una tienda de bicicletas. Y aunque sólo tardó algo más de una hora, volvió a perder su oportunidad.
El año 1930, los Pirineos, como toda Francia, son testigos de la primera caravana publicitaria del Tour, algo sin lo cual el Tour perdería parte de su esencia actual.
Vicente Trueba, en 1933, se llevó el primer maillot de Rey de la Montaña de la historia de la carrera. “La pulga de Torrelavega”, como se le conocía, supo puntuar en los puertos necesarios, y aunque no ganó ninguna etapa su actuación en los Pirineos fue notable.
La primera etapa pirenaica de 1926, entre Baiona y Luchon, se corrió bajo unas condiciones meteorológicas infernales, con nieve, incluso, en el Tourmalet. Los abandonos se sucedían y la organización envió a varios coches a buscar a los corredores congelados. En Luchon, un hombre con sombrero se dirigió indignado a los oficiales de la carrera: “Es un escándalo. He recogido una decena en mi autobús y no me han pagado. Son todos unos granujas”. ¡Qué época!
El Portet D’Aspet fue testigo en 1934 de un gran gesto por parte del francés René Vietto, que no dudó en dar media vuelta y subir parte de lo que había bajado, perdiendo todas sus opciones de triunfo, para ayudar a su líder y amigo Antonin Magne, que ganaría ese Tour.
Cualquiera que acuda normalmente a los puertos del Tour a ver la carrera verá cómo en muchas ocasiones los corredores son empujados por los aficionados. Claro que ningún empujón será tan famoso como el que en 1937, en las rampas del Tourmalet, le dio Félix Lévitan, que sería más tarde Director del Tour durante muchos años, a Roger Lapébie, ganador de esa edición.
Los Pirineos son testigos año tras año de grandes gestas deportivas. Entre ellas están las largas cabalgadas en solitario, como la que en 1947 protagonizó Albert Bourton entre Carcassonne y Luchon, donde ganó tras 253 km fugado, en la que sigue siendo la escapada más larga de la historia del Tour de Francia.
Fausto Coppi, “il ciampionissimo”, también fue protagonista de soberbias actuaciones deportivas en los dos Tours que ganó (1949 y 1952), pero es de destacar que en su primer Tour victorioso, en pleno Tourmalet y bajo un sol implacable, ofreciera a su gran rival Gino Bartali un bidón de agua. Lo cortés no quita lo valiente, y un campeón lo es también por su caballerosidad.
Bartali de nuevo, al año siguiente, fue un actor importante en otro destello de deportividad, esta vez por parte del suizo Ferdi Kubler, ganador final. En el Col d’Aspin, tras unos lamentables incidentes, Bartali, el líder, cae al suelo y decide abandonar junto con todo el equipo italiano. Kubler, el nuevo maillot amarillo, toma la salida al día siguiente sin enfundarse la preciada prenda, ya que consideraba que el verdadero líder debía seguir siendo el bravo italiano.
En la edición de 1953 el valiente Jesús Loroño se llevó la Montaña y la etapa de Cauterets.
El año 1959 ve el triunfo absoluto del primer ciclista español en la historia. Federico Martín Bahamontes, el gran rival de Loroño, gana el Tour con su gran actuación en el Puy de Dôme y en los Alpes, aunque en Pirineos, el primer asalto montañoso, se mostró discreto y conservador.
Jacques Anquetil fue la primera persona en conseguir cinco triunfos en el Tour. Precisamente en su último Tour, en 1964, vivió uno de los momentos más críticos de su carrera. El escenario fue el puerto de Envalira, en Andorra, el más alto de los Pirineos, en la etapa Andorra Toulouse. La víspera, en la jornada de descanso, Anquetil acudió a un banquete donde no se privó de nada. Poulidor y los demás favoritos se lo tomaron como una afrenta y salieron de Andorra atacando de salida nada más comenzar la ascensión al Envalira. Anquetil pronto se quedó atrás y en la cima perdía 4 minutos. Todo parecía perdido, pero se repuso y en una bajada a tumba abierta entre una espesa niebla inició una épica persecución que le condujo a recuperar sus opciones a lo que sería su quinta victoria final.
Ésta es la versión oficial del hecho. Pero existe otra mucho más romántica que cuentan los cronistas.
Anquetil estaba muy preocupado por una predicción que unos días antes había lanzado un supuesto mago en “France-soir”. Éste anunció que Anquetil iba a abandonar víctima de una grave caída en esa etapa. El campeón francés salió de Andorra sin poder quitarse esas palabras de la cabeza. Al comenzar el descenso seguía sin reaccionar, hasta que su director se le acercó y le gritó: “Jacques. Si tienes que morir, por lo menos hazlo en cabeza”. Y así pasó lo que pasó.
La siguiente edición, 1965, la ganó un neoprofesional, Felice Gimondi. Es la única vez que un ciclista gana el Tour en su primer año en la máxima categoría. Fue también en esta edición donde Bahamontes se retiró en los Pirineos del Tour y del ciclismo para siempre. El Portet d’Aspet fue, una vez más, el escenario de un hecho histórico. El otro hecho importante que se vivió en la cordillera pirenaica ese año fue la gran victoria en Barcelona del español Pérez Francés tras una fuga en solitario de 223, la tercera más larga de la historia.
Julio de 1969 será recordado por dos grandes hitos en la historia de la humanidad: la llegada del hombre a la Luna y la llegada del belga Eddy Merckx al Tour.
Eddy Merckx, el mejor ciclista de la historia en todos los terrenos, desembarcó ese gloriosos año en la carrera francesa con la vitola de gran favorito. Llegó a Pirineos con el maillot amarillo, pero eso no le impidió protagonizar una escapada fantástica de 140 km por los grandes cols y ganar la etapa Luchon Mourenx con 8 minutos de ventaja, pese a desfallecer en el último tramo. Ese año Merckx ganó la general, la montaña, la regularidad y seis etapas, dejando al segundo clasificado, Pingeon, a casi 18 minutos.
Los siguientes años configuraron una época fantástica para el ciclismo, y no sólo para el Tour de Francia. Eddy Merckx y el francés de Cuenca Luis Ocaña fueron protagonistas de duelos épicos y de gestos que se recuerdan todavía.
En 1971, Ocaña se presentó especialmente combativo y llegó a los Pirineos con el maillot de líder y una jugosa ventaja en la general respecto al belga. Merckx, que tampoco se rendía fácilmente, atacó en el descenso del Col de Mente justo cuando el cielo liberaba una terrible tormenta. Ocaña no le dejó ir y ambos cayeron en una curva. Merckx se levantó y siguió, y cuando Ocaña iba a hacer lo mismo llegó el holandés Joop Zoetemelk y chocó brutalmente con el español que tuvo que ser trasladado al Hospital. Cuando le iban a enfundar el maillot de líder a Eddy, éste lo arrojó al suelo diciendo: “que se lo den a Ocaña”.
Pero Luis Ocaña pudo resarcirse en 1973 ganado por fin la carrera y venciendo en seis etapas, entre ellas la de Luchon. Thévenet quedó segundo a casi 16 minutos.
Y tras Merckx llegó otro gigante: Bernard Hinault. El bretón tenía un carácter de ganador similar al del belga y, detrás de éste, es el segundo ciclista más laureado.
En 1980, ganador ya de dos Tours, los Pirineos fueron el escenario de su abandono por lesión cuando iba líder y ya había ganado tres etapas. Joop Zoetemelk se vio beneficiado ganando su único Tour en 16 participaciones.
En 1985 Hinault lograba por fin su quinto Tour, pero en Pirineos sufrió más de lo previsto por una rotura del tabique nasal que se produjo en una caída en St. Etienne. La etapa de Luz Ardiden, con el Tourmalet de por medio, la ganó Pedro Delgado y supuso un calvario para Hinault, quien no obstante supo sobrellevarlo.
El canto del cisne de Hinault se produjo en 1986, cuando tras sacar cuatro minutos de ventaja en Pau, etapa también ganada por Delgado, decidió atacar igualmente al día siguiente bajando el Aubisque, pero se estrelló más tarde en las rampas de Superbagneres. Ganó su delfín Greg Lemond y él quedó segundo.
Pedro Delgado por fin ganó el Tour en 1988. Ya hemos comentado sus grandes victorias en los Pirineos, pero hay que añadir que en 1983, en su estreno en el Tour, voló bajando el Peyresourde intentando sin éxito ganar la etapa, pero sí ganándose el apodo de “el loco de los Pirineos” por su manera de bajar.
Y estamos ya en los años 90, la era Indurain. El navarro fue el primero en ganar cinco Tours consecutivos. Los años previos había vencido en los Pirineos. Cauterets en 1989 y Luz Ardiden en 1990. En 1991, año de su primer Tour victorioso, la clave estuvo en la etapa Jaca Val Louron, cuando Miguel decide atacar bajando el Tourmalet para unirse al fugado Chiapucci y vestirse de amarillo en la meta.
Miguel tuvo, por supuesto, otras grandes actuaciones en los Pirineos, pero en 1993, en menos de 10 km de descenso del Tourmalet, neutralizó a Rominger, otro gran bajador, que había coronado con 50 segundos de ventaja. Tras la caza, Miguel se acercó al coche de su director y les dijo con una sonrisa: “qué, hemos pasado miedo, ¿eh?”.
En el último Tour que corrió Indurain, los Pirineos resultaron especialmente duros para él. Aunque ya venía sin opciones desde los Alpes, fue en la etapa Argelés Gazost Pamplona, que pasaba junto a su casa, donde más sufrió. El puerto de Larrau, precisamente en la frontera con Nafarroa, fue un obstáculo demasiado duro.
Las últimas ediciones han tenido también grandes capítulos en los Pirineos, como la victoria agónica de Javier Otxoa en Hautacam en 1999, con un súper Armstrong pisándole los talones, y momentos de tragedia, como la muerte en 1995 de Fabio Casartelli al caer en el Portet D’Aspet y quedarse dormido para siempre.
La historia del Tour en los Pirineos es una historia inacabada. Los hombres cambian, cambian los protagonistas, cambian muchas cosas, pero los puertos siempre estarán allí, esperando cada julio a que un puñado de locos y miles de fanáticos los invadan por unas horas. Es una novela que se sigue escribiendo año tras año, y esperemos que nadie le ponga el Fin.
(c) 2003. Javier Sánchez-Beaskoetxea
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