sábado, 16 de junio de 2012

Go Lance!

Go Lance!



A pocas semanas de comenzar un nuevo Tour de Francia vuelven los titulares del dopaje y del ciclismo. Una vez más el objetivo es Lance Armstrong.

Esto ya cansa. Al americano le han mirado hasta debajo de las alfombras. Nunca dio un positivo y todas las investigaciones iniciadas se han cerrado sin encontrar pruebas fehacientes de que se dopara.

En primer lugar Armstrong no era un mediocre antes de caer enfermo. Fue Campeón del Mundo con solo 21 años por delante de un Indurain en su plenitud como ciclista. Había ganado clásicas como la Flecha Walona y etapas en el Tour. Ya en sus primeros tiempos como triatleta en EE.UU. corría con los mayores porque se aburría de ganar a los de su edad. Vale, hacía trampas al falsificar su edad, pero no he visto a nadie que haga trampas para correr en desigualdad de condiciones. Los tramposos falsifican su edad para correr con los más pequeños y tener ventaja, no al revés.

Además, tras superar el cáncer, y que algún oncólogo me corrija si estoy equivocado, ya no es necesario tomar los medicamentos para que su empobrecida sangre se regenere.

Lo que sí está médicamente estudiado es que tras el cáncer Lance perdió la masa muscular que tenía de triatleta y que le lastraba en montaña, pero no perdió sus extraordinarias capacidades atléticas, con lo que su cuerpo regresó de la enfermedad más adaptado al ciclismo de grandes vueltas.

Estoy casi convencido de que todas estas nuevas acusaciones de la USADA no llegarán a nada, pero por ahora ya nos han fastidiado al privarnos de ver a uno de los mejores deportistas de la historia pelear por ganar el Ironman de Hawai, lo que sería una gesta legendaria y se vuelve a hacer daño al ciclismo.

Pero bueno, pensemos que hay algo de cierto detrás de estas nuevas acusaciones. Supongamos que Lance se hubiera dopado en aquellos años. Supongamos que le quitan sus siete Tours. ¿Sería esto bueno para el ciclismo? ¿Ganaría en credibilidad el ciclismo? Pues desde mi punto de vista no. Para que esos Tours quedaran como limpios habría que hacer los mismos análisis a los 3, 5, 10, 100,... primeros de la general. Si no, ¿cómo sabemos que los que quedaron segundos, terceros, cuartos,... no estaban también dopándose? Recordemos que eran años en los que había productos casi imposibles de detectar con los medios de entonces y muchos de los que acompañaron al americano en sus siete podios dieron positivo o fueron sancionados.

Y además, ¿por qué limitarse a analizar las muestras de Lance de aquellos años con los medios de ahora? ¿Por qué no hacer lo mismo con las muestras de todos los corredores del Tour y de las demás carreras desde la época en la que se empezaron a hacer controles?

Yo creo en un deporte limpio y exijo que se castigue a los que se dopan. Pero los controles y los castigos deben ser resueltos en un plazo razonable de tiempo y con los medios de cada año. O si no, ¿guardamos todas las muestras de las carreras de ahora y las analizamos de nuevo cada vez que salga un nuevo método de detección?

Lance Armstrong trajo al ciclismo nuevos medios de comunicación, nuevo público, nuevos patrocinadores. Es un ejemplo para millones de personas enfermas de todo el mundo. Ha recaudado más dinero para la investigación contra el cáncer que todas las fiestas de la banderita de todos los años.

¿Ganamos algo cuestionando una y otra vez sus grandes logros?

martes, 12 de junio de 2012

París Roubaix: el infierno más dulce



Miedo. Eso es lo que siento tras inspeccionar el último tramo de pavé el día previo. He leído y oído mucho sobre esta carrera y esta marcha, he visto muchas ediciones por la tele, he imaginado muchas veces lo que sería rodar por estas piedras legendarias y sentirlas en primera persona. Pero todo lo que me había imaginado no sirve para nada. Los 1.400 metros del pavé de Hem, que además no son de los peores, me enseñan la cruda realidad. Rodar por aquí en bicicleta es durísimo y es verdad que decir que es un infierno no queda muy alejado de lo que siento.

Mientras pedaleo estos pocos centenares de metros el miedo me atenaza. ¿Cómo voy a pasar mañana los más de 54 kilómetros totales de pavé? ¿Seré capaz de hacerlo? Terminamos el tramo y por primera vez desde hace muchos años me voy a enfrentar a una marcha cicloturista en la que no tengo nada claro que sea capaz de llegar a la meta, y eso me deja una sensación muy extraña y un tembleque por todo el cuerpo que no solo se debe a las piedras. Además, justo cuando estábamos terminando el tramo se ha puesto a llover y Aitor cae al suelo delante de mí estrepitosamente. El pronóstico para el domingo es de lluvia casi todo el día. Miedo, mucho miedo. Miedo a caerme, miedo a no terminar, miedo a sufrir.

Damos la vuelta para volver al Hotel y esta vez, con el pavés muy mojado, ruedo buscando la cuneta, que por lo menos este tramo la tiene y puedes esquivar lo peor. Mientras rodamos hacia el velódromo más famoso del mundo del ciclismo no sé qué pensar. Estoy confuso y nervioso por lo que he visto.

A la una de la mañana suena el despertador. Tenemos que salir temprano para coger el autobús de la organización que nos va a llevar a Bohain-en-Vermandois, donde nos darán la salida oficial. No llueve. Duermo algo en el viaje. Menos mal.

Amanece y el cielo no está demasiado amenazador. Cruzo los dedos. A las seis llegan los últimos amigos que han dormido en Bohain y empezamos a rodar. Solo tenemos 22 km hasta el primer tramo de pavés y quiero llegar pronto para quitar los temores y para empezar a sufrir cuanto antes. Si hay que pasarlo que sea rápido.

Se ha formado un bonito pelotón y cuando estamos ya cerca de este primer tramo de 2.200 m (y que lleva el nombre del gran Stablinsky) me voy a cola del grupo siguiendo las enseñanzas del gran Marino Lejarreta. No soy precisamente muy hábil en la bici y no quiero entrar de los primeros y provocar caídas a los que me tengan que pasar, que serán muchos, supongo.

Y por fin, ahí delante está el pavé. Es ligero descenso por lo que se entra rápido y la sensación al empezar a botar es brutal. Sé que es mejor coger el manillar por arriba, pero entonces las manos me quedan lejos del freno y el miedo me hace asir el manillar de las manetas. Sufro más, pero mantengo un ligero control sobre la velocidad y puedo evitar el acercarme demasiado a los que tengo delante. La sensación es horrible. Los botes de la bici me impiden pedalear con un mínimo de coordinación y las manos casi no pueden controlar el manillar. No quiero acercarme al de delante porque temo que si él tiene que hacer un giro brusco me caeré, y las piedras tienen pinta de ser muy duras.

Voy pasando los metros y ya he perdido a mis amigos. Empiezo a hacer cálculos y creo que si todos los tramos los paso así, quizás llegue a meta para cenar. De repente el tramo se bifurca y seguimos rectos, pero enseguida unos gritos nos avisan de que era para la izquierda. Retrocedo, cojo el camino bueno y al de poco salgo del pavé. De mis amigos la mayoría se han ido por la ruta mala. Es normal, vas rápido, te emocionas y tiras todo recto.

Me paro, veo que todo en la bici está en su sitio y decido seguir a mi ritmo. Viendo la velocidad con la que he pasado el pavé seguro que más adelante me dejará atrás todo el mundo.

A partir de ahora ya es una sucesión sin fin de tramos de pavés y tramos de asfalto. Ni me preocupo de mirar lo que queda para cada tramo ni lo que miden. Solo trato de rodar bien en el asfalto y pasar los pavés de la mejor manera posible. Increíblemente para mí, a partir del segundo tramo empiezo a disfrutar de los adoquines. Al tomarlos en grupos pequeños y ser más llanos puedo agarrar el manillar de arriba y controlar la velocidad sin miedo a caerme. Las cubiertas de 28 mm sin mucha presión y la doble cinta de manillar amortiguan bastante y aprendo rápidamente a rodar por el medio del pavés.

Tras cuatro tramos de pavé llego muy animado al primer control. La bici va bien y empiezo a ver que podré terminar esta marcha. Del control salimos todos los amigos juntos. Algunos ya van sufriendo más de lo que esperaban. La lesión de la rodilla que me ha tenido casi todo el mes de mayo parado me empieza a molestar, y como voy más cómodo con un desarrollo un poco duro, casi sin querer me empiezo a ir del grupo. Cojo un ritmo de crucero cómodo y voy entrando en los pavés con cada vez más confianza. Incluso en los tramos paso a mucha gente y ya no me da miedo ir pasando de la zona central a los costados para pasar a grupos y para buscar en cada tramo la mejor trazada.

No me lo creo pero estoy gozando con esto. Estoy haciendo la París Roubaix y estoy rodando fuerte en los pavés. La bici bota de manera alocada, las manos reciben mil golpes por minuto, la cabeza y la espalda suben y bajan con cada piedra que piso, es como intentar rodar fuerte mientras alguien te agarra de la bici y te zarandea como un loco. La velocidad es muy baja para el esfuerzo que estoy haciendo en un terreno llano. El pavés en llano, ya lo comprobé hace tres años en Flandes (aunque el de allí es bastante light), es como subir un repecho de más del 10% en plato grande en cuanto al esfuerzo. Pero hay que añadirle el sufrimiento del traqueteo y de los golpes que estás recibiendo todo el rato.

Y así, muy animado y creyéndome tocado por la varita mágica del dios Tom Boonen, llego al control de Aremberg. Sello la hoja de ruta, como algo, cojo agua y salgo hacia el bosque de Aremberg, uno de los tramos míticos.

Lo ves desde lejos porque es una recta muy larga y además hay público. Saco unas fotos y empiezo a rodar por el medio y me doy cuenta en pocos metros de por qué es tan famoso. Es mucho peor que los tramos anteriores.

No sé por qué se dice que los tramos son de pavé. Es mentira. El pavé son los tramos adoquinados que hay en algunos pueblos y ciudades. Son piedras, sí, pero colocadas con orden. En la París Roubaix las piedras no están colocadas con orden, sino que las pusieron tal y como las iban cogiendo. Pues bien. En Aremberg no es que estén mal puestas, es que las pusieron para hacer el mayor daño posible a los ciclistas. Es horrible. La bici bota de forma increíble y casi es imposible mantener la línea recta. Además, cada pocos metros hay baches en los que caben tres bicis y no sabes ni cómo pasarlos. Es verdad que paralelo hay un arcén muy bueno por el que rueda la mayoría de los participantes. Pero no he venido hasta aquí para no sentir Aremberg en mis propias carnes.

Voy pasando el tramo como puedo a menos de 15 km/h y tratando de entender cómo es posible que los profesionales rueden por aquí a más de 40 km/h. Hay que tener una fuerza sobrehumana para hacer eso.

Veo el final y me sorprendo. Me había hecho a la idea de que era mucho más largo. Han sido 2.400 metros en donde solo me ha faltado la lluvia para saber qué es exactamente la París Roubaix. Mejor no lo veo con lluvia. Creo que así ya es suficiente.

Sigo mi cabalgada y paso dos tramos más de pavés. Ya noto que las piernas no están tan fuertes pero fugazmente me viene a la cabeza el pensamiento de que ésta es mi marcha, de que es en la que más estoy disfrutando. Pero en mitad de un tramo de los duros, de los que no tienen arcén por el que aliviar de vez en cuando la agonía, un quiebro para evitar una caída me provoca una dolorosa contractura en el muslo derecho, me quedo tieso y cuando intento sacar el pie izquierdo me da otro tirón en la pierna izquierda. No me puedo bajar de la bici y cuando estoy a punto de dejarme caer sobre la hierba logro sacar el pie y bajarme de la bici.

El dolor es insoportable y lo peor es que me quedan 90 km hasta la meta. Este mes sin entrenar ha hecho que mis piernas me digan que solo estaban preparadas hasta aquí, que no más.

Hace poco vimos la foto del cuadro de la bici de Jens Voight en el que lleva la inscripción "Shut up legs" (callaos piernas). Tengo que hacerlas callar como sea. Me estiro un poco, tomo un gel y glucosa. Me doy puñetazos en la contractura. Y finalmente vuelvo a montar. Yo no llevo la misma inscripción que el bravo ciclista alemán, pero llevo las iniciales de Félix del que me acuerdo en los momentos duros.

Sigo adelante.

Ahora voy con mucho cuidado y despacio. El siguiente tramo lo paso en plato pequeño intentando guardar las piernas. Nuevo avituallamiento y me paro un poco más. Luego, en un bar en el camino, me tomo un café cargado de azúcar.

Los siguientes kilómetros de asfalto parece que me sirven para recuperar un poco las piernas y logro retomar un ritmo decente, pero ahora en cada tramo de pavés busco desesperadamente las cunetas, la hierba y cualquier lugar que haga la tortura más llevadera. La rodilla ya no me molesta, porque ahora todo mi dolor se concentra en el muslo y en las manos, en las que tengo varias rozaduras y ya no puedo asir el manillar con comodidad. Me quedan más de 50 km de sufrir, pero sea como sea sé que llegaré a la meta.

Los tramos de pavés de esta zona casi no tienen escapatoria y los afronto con resignación. Además, aunque sobre el papel son cortos, la realidad es que termina uno, cruzas una carretera y te metes en otro, así que apenas te dejan alivio para tus males, que a estas alturas ya son muchos.

En la cabeza ya empieza a sonar un nombre: el carrefour de l'Arbre, el último duro, el otro tramo mítico. Y a fe que no desmerece su fama. No tiene arcén y se hace muy largo. Sufro muchísimo en cada bote por las manos y porque ya no tengo apenas fuerzas. Ya no creo que ésta sea mi carrera, pero la voy a terminar. Cuando se acaba el carrefour de l'Arbre me saco una foto junto al famoso café que hay al final. Ahora vienen unos kilómetros de asfalto en los que me recupero un poco. Solo me queda el tramo de Hem, el que reconocimos el día anterior. Por lo menos sé que tiene un arcén y sé que es el último.

Lo paso con más pena que gloria y empiezo a saborear el placer de terminar una marcha en la que he sufrido tanto. No sé si será la carrera profesional más dura, pero desde luego es la más difícil de ganar.

Entro en Roubaix y accedo al velódromo. Se oye la campana y me emociono. Voy levantando el puño, como Boonen. Pero el bueno de Tomeke se lo enseñaba a su director y yo me lo enseño a mí mismo, a mi padre, que falleció hace dos meses, a mi amigo Javi, que falleció de forma repentina hace dos semanas, a mi familia, y a mi amigo Félix, cuyo nombre rueda conmigo en la bici. Soy tan feliz que quisiera llorar, pero no me salen las lagrimas, nunca lo hacen.

He conseguido terminar la París Roubaix y el orgullo y la satisfacción de haberlo hecho me acompañarán toda la vida. Según escribo esto aún me duelen las manos. Sé que se pasará pronto, pero, no sé, casi prefiero que no se me vaya este dolor.











jueves, 7 de junio de 2012

Paris Roubaix: allá voy

Bueno, pues que sea lo que tenga que ser. La rodilla parece que está mejor, pero en mayo he entrenado muy poco, casi nada. Solo en estos últimos días he podido apretar algo y hacer un día más de 100 km. Pero tiene que ser suficiente. Tengo que llegar al velódromo de Roubaix y ducharme allí, como tantos buenos ciclistas en el último siglo. Parece ser que va a llover. Sufriré más, pero el recuerdo y el orgullo de llegar a meta serán mayores. Pain is temporary, glory is for ever.