domingo, 23 de junio de 2013

Tourmalet pasado. Muy buena ruta...

Bueno, el pasado viernes estuve en el Tourmalet. Era el día del Solsticio de Verano, pero el paisaje y el tiempo que hacía (5ºC y lloviendo) eran más propios de finales de abril.


Me acordé de Steinès, ya sabéis, el periodista de L'Auto que envío el famoso telegrama a su periódico que les decidió a meter la etapa Luchon Bayona en el Tour de 1910. Si aquel mayo hubiese sido como el de este año probablemente el periodista francés no habría llegado a Baregès y quién sabe lo que habría pasado.
Pero bueno. La historia es como es.
Yo el viernes no lo subí en coche porque tenía pocas ganas de pasar frío en la bajada, y eso que cuando llegué a Ste. Marie de Campan el tiempo no era malo. Pero acerté y finalmente subí en coche y corrí una rato entre la cima y La Mongie mientras llegaban los del grupo del stage de SR Events (Pedalier) con los que he estado un par de días.
Ayer sábado ya el tiempo mejoró mucho y subí en bici parte del Peyresourde y el Col de Balés que estaba espectacularmente bonito.
Y hablando de Steinès y del Tourmalet, os copio aquí mi colaboración para el número 56 de Pedalier, especial Tour y Vuelta, que estará en el kiosco esta semana. Os lo recomiendo.


¿Y si Steinès hubiese dicho la verdad?
(O cómo la épica del ciclismo se basa en una mentirijilla)



Ay, estos periodistas. Se suele decir que para vender periódicos la prensa exagera las cosas que pasan. Ya sabéis eso de que no dejes que la verdad te estropee una buena noticia. Muchas veces esto es cierto y no es algo muy positivo para la gente, salvo para el periodista que escribe y el periódico que vende. Pero de vez en cuando una mentirilla, una exageración, nos ha venido bastante bien a muchos.

Alphonse Steinès era un periodista de "L'Auto", el periódico organizador de los primeros Tours de Francia. Sí, era periodista, y seguro que era bueno, pues sabía cuándo una pequeña exageración le iba a ayudar en su trabajo.

La historia es bien conocida. Casi muere perdido en la nieve intentando averiguar cómo era el paso del Tourmalet y si era posible incluirlo en el recorrido del Tour de Francia de 1910, pero telegrafió a su director, Henry Desgrange con aquello de "Tourmalet pasado. Muy buena ruta. Perfectamente practicable". Ay, estos periodistas.

¿Y si Steinès hubiese dicho la verdad? Imaginaros el gesto contrariado de Desgrange al recibir el telegrama con un texto así: "Imposible tránsito por Tourmalet. Rodeo por Lourdes".

Seguramente el Tourmalet, la etapa Luchon Bayona, no se hubiese disputado, al menos en unos cuantos años. Tal vez no habría en la cima ahora una estatua al ciclismo, ni una tienda de souvenirs. Tal vez no estaría yo teniendo que ir todos los años de peregrinaje a subir el Tourmalet en bicicleta, como me pasa desde hace unos cuantos años. Tal vez el bar de la cima solo tendría fotos de esquiadores.

Sí. La historia habría sido muy diferente. Sin meter el Tourmalet y otros puertos de Pirineos, quizás tampoco se habrían atrevido con el Galibier y demás colosos alpinos. Quizás el ciclismo se habría endurecido solo a base de etapas más largas, como se llevaba entonces.

En fin. Si el ciclismo es como es, es por una mentirijilla sin importancia gracias a la cual miles de cicloturistas nos lanzamos todos los años a la conquista de los puertos siguiendo la estela de los profesionales.

Muchos dicen que no siguen el ciclismo profesional, que está desvirtuado, que ellos son cicloturistas y que les da lo mismo lo que hagan los pros, con sus historias, no siempre muy deportivas.

Mentira. Si no hubiese pasado nunca el Tour por estos puertos, a casi nadie se le hubiese ocurrido nunca subir en bici por ellos. No existiría la Luchon Bayona cicloturista, ni la Marmotte, ni la Quebrantahuesos. Si no hubiese habido pruebas profesionales tan salvajes como la París Roubaix, no habría miles de locos en la París Roubaix cicloturista. Si en las Olimpiadas de Londres de 1896 no se hubiera hecho una carrera de fondo en homenaje a la mítica gesta de Filípides en la batalla de Marathon no habría hoy en día miles y miles de personas de toda condición corriendo maratones por todo el mundo.

Nuestro deporte sigue, queramos o no, la estela del deporte profesional. Sin los héroes que han ido escribiendo la historia del ciclismo en sus más de cien años de vida muy pocos se hubiesen animado a montarse en bicicleta y a emular, aun a cámara lenta, sus gestas y sus recorridos.

Pero Steinès tuvo la clarividencia de enviar su telegrama y con él nos abrió las puertas a un mundo maravilloso del que disfrutamos todos los veranos cuando llegan las duras etapas de alta montaña del Tour de Francia. Todos lo vivimos con pasión, como una religión. Los cicloturistas y aficionados que nos acercamos a las cunetas con nuestras bicicletas y los que lo siguen por la tele. Y los propios ciclistas, que aunque sufren como perros casi todos aman su deporte y saben que corriendo esas etapas están siendo parte de la historia y de la leyenda del Tour de Francia.

Sí. Debemos mucho a una mentira y entre otras cosas le debemos el que nos haya abierto el camino al encuentro en las montañas con nuestra propia soledad.

Alan Sillitoe escribió en 1956 un hermoso cuento sobre la soledad del corredor de fondo, sobre nuestra soledad; pero mucho antes que él ya el propio Henry Desgrange había dicho que en la montaña el ciclista no se enfrenta solamente al relieve, sino que está entregado a sí mismo y toma conciencia de su terrible soledad. Y es bien cierto. Allí arriba, mientras subes rodeado de otros como tú, de gente que grita, que aplaude, que te da palmadas en la espalda, no puedes dejar de sentir los latidos agitados de tu corazón, tu piel sudorosa y estremecida entre escalofríos y la sien a punto de explotarte. Las piernas te ruegan que pares y el aire es incapaz de entrar por mucho que abras la boca. Sí, estás solo pues nadie más puede ayudarte a decidir si hacer caso a tu cuerpo u olvidarte de él y seguir, seguir, seguir, siempre seguir.

Gracias Steinès.

jueves, 13 de junio de 2013

Milano Sanremo amatoriale 2013: objetivo cumplido


La Milán - San Remo: Mi último monumento
Un clasicómano que se precie de estar en el reto de completar los "monumentos" del ciclismo en su versión cicloturista no puede evitar tener un cierto miedo cuando se enfrenta a la "classicissima", la Milán San Remo. Es cierto que es la más sencilla si miramos el perfil de la ruta, pero sus casi 300 km y la relativa escasa participación (poco más de 1200 en la edición de 2013, el récord), pero muy selecta en cuanto al tipo de cicloturista, hace que para los que somos más bien de ritmo diesel, tipo randonneur, el tener que hacer una media de bici elevada para llegar dentro de las 12 horas de límite que hay, sea una preocupación con la que nos enfrentamos a la ruta entre las llanuras de Milán y escarpada costa de San Remo.
Pero tras haberme enfrentado a los muros adoquinados y al frío de Flandes, a las colinas interminables de Lieja y a los inmisericordes adoquines de Roubaix, no iba a echarme atrás ante un recorrido bastante llano de casi 300 km.
En este tipo de pruebas en las que se sale de un sitio y se termina en otro tan lejano, la logística es un quebradero de cabeza. La organización facilita bastante el tema, ya que trabaja con una agencia de viajes que nos soluciona los hoteles y organiza los traslados, pero finalmente, como tuvimos la suerte de contar con una estupenda conductora a nuestro servicio, solo nos preocupamos de que nos reservaran los hoteles en Milán y en San Remo, ya que nos iba a seguir el coche durante la prueba.

Prólogo en Mónaco
Tras un largo viaje el viernes desde Bilbao hasta Mentón (junto a Mónaco), parte de la expedición dedicamos unas horas el sábado por la mañana para conocer el Col de la Madone (famoso por ser en el que Lance Armstrong realizaba sus últimas pruebas antes del Tour) y Mónaco, y así hacíamos una etapa prólogo.
Realmente fueron unas horas de bici muy bien empleadas, ya que el Col de la Madone nos resultó extraordinaria. Por la otra vertiente bajamos al Principado de Mónaco por la carretera de La Turbie, pasando por la curva en la que encontró la muerte Grace Kelly, antes de disfrutar unos minutos del lujo y del glamour de esta curiosa ciudad-estado. Yates y coches de lujo, un paso mítico por el túnel del circuito de F1, en fin, un paseo en bici muy interesante. Un café junto al mar, ducha, y de nuevo a la carretera para llegar hasta el Hotel de Milán a recoger los dorsales y a dejar las bicis.
Por supuesto, fuimos a pasear un poco por la Piazza del Duomo y nos quedamos a cenar en la galería Vittorio Emanuelle II, el Salón de Milán, unas galerías comerciales del s. XIX preciosas. En fin, un sábado bien aprovechado desde el aspecto turístico del viaje.

En ruta
Pero vayamos al tajo, que para eso hemos venido.
El domingo había que madrugar, puesto que a las 7 de la mañana se da la salida y hay que ir un poco antes para el control del chip. No hay demasiada gente comparando esta marcha con otras más multitudinarias, como el Tour de Flandes o la Quebrantahuesos. Éramos unos 1200 participantes, como he dicho antes. Y viendo a la mayoría de ellos ya se ve por dónde van los tiros en esta carrera, puesto que para muchos es una carrera y van en equipos, con coches y motos de apoyo, pinganillos, avituallamientos con bolsa sin detener la marcha y toda la parafernalia de las carreras, salvo con la diferencia sustancial de que el tráfico no está cortado.
Yo salí bastante atrás para evitar el estrés del pelotón y porque, con mi preparación, no estaba en condiciones de rodar muy rápido. Fue un acierto, ya que desde el inicio se formó un pelotón trasero en el que se rodaba con tranquilidad y todo el rato a más de 30 km/h, y eso a pesar de un par de chaparrones que nos cayeron nada más empezar. Hay que decir que hasta el avituallamiento al pie del Turchino (la Turbina como le bautizamos nosotros), el recorrido es bastante llano y con muchas rectas, lo que facilita el ir rápido en el pelotón sin agobiarse mucho.
En esta primera parte, como digo, fui bastante cómodo, dentro de lo que cabe, pero poco antes del avituallamiento, en el km 120, tuve que parar en un bar de Ovada, ya que no tenía ni una gota de agua, tenía mucha sed y además me explotaba la vejiga. Ya casi llegué de los últimos al control, km 125, y allí llevaba una media de 32,5 km/h. Creo que es de las pocas veces, si no la única, en la que he estado 120 km en bici sin soltar los pies de los pedales.
Después, ya salimos hacia el Turchino en algunos grupitos y, la verdad, se me hizo más duro de lo que esperaba. Arriba me encontré con la sorpresa agradable de que la cima es en un túnel estrecho de paso alternativo, lo que le daba un encanto especial.
Estuve un ratito en la cima para comer algo, tomar un café y cambiarme de calcetines. Mi amigo Bernar que había coronado poco antes que yo, se fue para adelante con eso de "voy tranquilo que me coges", al más puro estilo de mi club. Por supuesto, no le vi en más de 50 km, hasta que se paró para esperarme.
La bajada del Turchino la hice tranquilo y ya en Génova nos encontramos con el mar que ya no abandonaríamos en todo el día. Hacía viento, por ahora favorable, pero en algunos recodos de la carretera pegaba fuerte de cara. Algún chubasco hacía algo peligrosos los descensos de esta zona de costa, que es un continuo sube y baja alternado con pasos llanos por los pueblos, con mucho tráfico y con mucho peligro. Es algo sabido, pero es increíble lo mal que conducen los italianos, adelantándonos muy pegados y de forma suicida a veces. Vi más de un accidentado, lo que no daba muy buen rollo, la verdad.
En Savona, junto a un gran crucero de los Costa, la empresa del tristemente famoso Costa Concordia, me junté con Bernar y seguimos juntos hasta que en el Capo Berta una pequeña galerna, con fuertes vientos, rayos, truenos y lluvia muy intensa nos hizo refugiarnos un rato. Luego nos separamos por el peligro de las bajadas y mientras yo pasaba la Cipressa y el Poggio mucho mejor de lo que había previsto y ya con sol de nuevo, él se dedicó a buscar alguna subida nueva para la carrera profesional, haciendo unos cinco kilómetros de más (como si fueran pocos los 295 oficiales).
Tras un descenso del Poggio mucho más despacio del que vemos en la tele, llegué a la meta y me di la vuelta para esperarle a la entrada de San Remo.
Finalmente no pude llegar en menos de 12 horas, que es lo que oficialmente dejan. En bici me salieron 10:54, a 27,1 km/h de media, pero con todas las paradas que hice llegué a meta en 12:21, a 23,9 km/h en total. Salimos unos 1200 participantes y llegamos a San Remo 930. Yo llegué el 17º (por la cola) pero terminé entero, que era mi objetivo, sobre todo porque el último mes había estado algo fastidiado de salud.
Aunque la marcha es bastante llana, en total me salieron 1935 metros de desnivel ascendido, ya que además del Turchino, los capos, la Cipressa y el Poggio, hay muchos repechos en toda la costa. Eso sí, los que iban delante seguro que no quitaron prácticamente el plato en todo el día.
En fin, que ya tengo todos los monumentos que se organizan en versión cicloturista.
¿Cuál es el más bonito? No lo sé. Flandes es especial por el ambiente y por coincidir con la carrera profesional. Me gustaría repetir. La Lieja es bonita, y dura, pero no me llamó mucho la atención, ya que el recorrido no es muy diferente del que puedo hacer en Euskadi, por las cuestas y por el paisaje. La Roubaix tiene un encanto mítico que me gustaría volver a sentir, y es con diferencia en la que más he sufrido. La Milán San Remo me ha permitido añadir a mi colección de lugares mágicos del ciclismo el paso por el Turchino y el Poggio, pero no creo que la repita. La organización no es muy buena y los kilómetros de la costa son un peligro. Solo os la recomiendo si estáis en el reto de los monumentos.
Con Ricardo, en la Piazza del Duomo.

 Paso del Turchino.
 Tormentón en Capo Berta.
 En la meta, por fin.
 Col de la Madone.
 La Giant Madone ;-)
 Aquí murió Grace Kelly.
 Mónaco. Mucho lujo.
 La salida, con el maillot del Stelvio.
 Bernar y Alasne.
 Rodando por la costa italiana hacia San Remo.
 Savona, sede de los Costas.
 Mi dorsal, el de mi último monumento.
 Subiendo el Poggio. Esto se acaba.
 Foto final en San Remo.