jueves, 23 de diciembre de 2010

Un extraño año de viajes y quirófanos


En los últimos años he tenido la suerte de poder viajar a diferentes lugares, casi siempre por temas relacionados con la bicicleta, gracias a mi actividad como periodista especializado en cicloturismo. Así, he visitado un par de veces Alemania, he pedaleado por varias islas como Gran Canaria, La Palma, Ibiza y Menorca, he participado en marchas como L’Etape du Tour, la Vuelta a Flandes o la Vuelta a Alemania, y he podido contemplar lugares míticos del ciclismo.
Pero esta temporada 2010 ha sido una de las más extrañas de mi vida.
Comencé con ganas y con fuerzas, casi recuperado de los problemas físicos que arrastraba desde julio de 2009, pero ya en febrero casi tuve que parar del todo porque no me recuperaba de la anemia que tenía, y finalmente en abril pasé por el quirófano para cerrar una perdida importante y continuada de sangre por un lugar poco digno e incómodo para operar.
De mientras, mi participación en la clásica holandesa Amstel Gold Race, en su versión cicloturista, en la que ya tenía asegurada la inscripción y el billete de avión y el hotel reservados desde noviembre, pasó primero de la idea inicial de hacer el recorrido largo (el de los pros), a luego a pensar en hacer el intermedio, y más tarde el corto, para decidir por fin sólo ir a ver el ambiente y a disfrutar con los amigos que iban, ya que no estaba ni para hacer 40 km en bici. ¡Ay! Pero entonces llegó el volcán islandés Eyjafjalla (os acordáis) y se canceló el vuelo, por lo que mi viaje quedó finalmente en nada (algún otro año caerá).
Tras la operación de abril, y en plena recuperación, tuve la oportunidad de hacer el viaje más fantástico que he hecho nunca como periodista, que fue el de recorrer durante el mes de junio todo EE.UU. desde el Pacífico al Atlántico siguiendo la participación de Julián Sanz en la RAAM, la carrera sin paradas de costa a costa de EE.UU. en bicicleta, que son 5.000 km de nada. Además de la carrera y de ver ese inmenso y extraordinario país, pude visitar a unos amigos que tengo por allí, tanto en California, como en Washington y Nueva York. Lo dicho, un viaje de tres semanas inolvidable.
Ya en verano, y como recuperé un poco la salud, pude disfrutar del habitual viaje que hacemos algunos de la sociedad al Tour de Francia, a Pirineos, y además, logré celebrar mi cumpleaños ascendiendo por enésima vez al Tourmalet, lo que me devolvió un poco la ilusión y las fuerzas para andar en bici.
Pero después de mes y medio con buenas sensaciones entre agosto y septiembre, mi canto del gallo se ahogó en Dima en la disputa del Social de montaña de la S.C. Bilbaina, donde de nuevo comencé con los síntomas de la anemia. Un nuevo parón bicicletero, sólo roto durante un fin de semana de octubre, en una nueva participación en la Volta Cicloturista a Menorca, la mejor forma de recuperar el ánimo con un ritmo tranquilo, buen tiempo y buenos amigos.
Para acabar el año, una nueva visita al quirófano, por un motivo menor, sin ingreso, y nuevas preocupaciones médicas que espero que desaparezcan ya en enero en una tercera visita al quirófano (ésta más seria) para extirparme el tumor que me han encontrado.
En fin. Como veis un año raro, con experiencias de todo tipo, buenas y malas, todas ellas de las que no se olvidan y de las que se aprenden cosas.



sábado, 18 de diciembre de 2010

Feliz año nuevo / Happy new year



Aunque a veces parezca imposible, la carretera siempre llega a algún lado.

Though sometimes it seems to be impossible, the road always comes to some side.

Nahiz eta batzuetan ezinezkoa ematea, errepidea beti heltzen da edonora.

Bien que parfois il semble impossible, la route arrive toujours à un côté.

Feliz año nuevo / Happy new year / Urte barri on / Une année heureuse nouvelle

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El relato del Facebook


Hola:

La semana pasada inicié en el Facebook un experimento para la revista "Pedalier". Yo daba comienzo a un relato y la gente lo iba continuando.
Por ahora esto es lo que va saliendo. Si te animas puedes continuar el relato escribiendo el siguiente párrafo.

Sin duda su pachorra encima de la bici era lo que más le caracterizaba. Pero, pese a todo, era muy difícil descolgarle cuando dejaba de pensar en ello. Así, con una vagancia infinita, subía como los mismos ángeles, como si levitara sobre las montañas, como si la gravedad se hubiera invertido a su paso.Su bici no era la más moderna, nada de nanotecnología, nada de cosas ligeritas. Siempre había buscado la fiabilidad en todos sus componentes.
Sin respetar a sus lideres y en pos de la victoria o, al menos, del espectáculo. Capaz de lo mejor y de lo peor.
Te ponías a su lado y rápidamente fluía la conversación, sus piernas seguían el ritmo acompasado mientras comentaba la grandiosidad del paisaje, te contaba cualquier quehacer doméstico o te preguntaba por tu padre al que también había conocido encima de la bicicleta, de eso hacía ya algunos años.
Sin embargo, aquel día su forma de moverse en el grupo no era la habitual. Parecía nervioso y se mostraba agitado. Incluso su rostro mostraba una crispación que jamás habíamos visto. Es cierto que el viento sur le influía mucho en el estado de ánimo. Pero esto iba más allá.
Su mirada perdida, su atención lejos de su cadencia de pedaleo que con tanta naturalidad manejaba, su conversación era corta, escueta, extraño en su carácter abierto. Pasaba los kilómetros en una posición retrasada, hasta que decidió no seguir la estela del grupo, decidió sin decir nada, tomar una ruta alternativa, un giro repentino y de repente solo, extraño y solo, el silencio. Levantó la mirada al infinito sin que rueda alguna le impidiera ver la raya del horizonte. Decidió arrancar de cuajo el ciclocomputador, tiró el casco a la cuneta y olvidó la hora, el tiempo, el espacio y por un segundo pensó que podría seguir avanzando infinitamente.
Él pasaba por una época difícil, quizás esa soltura sobre la bici, esa facilidad para lograr todo lo que se proponía le hizo perder la cabeza.

Raquel nunca madrugaba. Ni siquiera un viaje que obliga a tomar temprano un avión impedía que se le pegasen las sábanas. La disciplina del entrenamiento y la competición no habían sido suficientes para quitarle el gusto por trasnochar. A la hora del aperitivo dominical, tras un frugal desayuno, se encaminó hacia la salida del pueblo, pedaleando sobre el crepitar de las primeras hojas caídas que cubrían el asfalto. Pasaba del mediodía pero el sol otoñal alargaba las sombras, invitando a la pereza.
Había quedado con el de la pachorra para dar una vuelta por los alrededores. Él vendría ya sudado y algo cansado después de pelearse con los de la peña en algún promontorio no muy lejano y juntos realizarían unos cuantos kilómetros hasta un merendero cercano donde les esperaban unas tapas de patatas bravas, rabas y lomo embuchado que regarían con una cervecita mientras contemplarían el paso del otoño con los tímidos rayos de sol entre los árboles despojados de sus hojas.
Y así era su pedaleo, perezoso y aún peor, zigzagueante, mientras se acercaba a la cerrada curva que dejaba atrás el pueblo.