lunes, 30 de julio de 2007

¿Por qué se dopan?

¿Por qué se dopa un deportista? A veces nos hacemos esta pregunta. Algunas veces en general; otras veces porque no entendemos que alguien se dope para ganar una carrera sabiendo que va a pasar un control precisamente por haberla ganado.
Se ha hablado mucho estos días sobre este tema en todas las radios, televisiones, tertulias, periódicos, bares, chiringuitos, reuniones familiares,... Todo el mundo da su opinión, algunas bien fundadas y basadas en un conocimiento más o menos completo del mundo del deporte, y otras opiniones sólo basadas en tópicos y en vaguedades sin sentido.
Una de las frases que más se oyen sobre el porqué del dopaje en el ciclismo, es que las carreras son demasiado duras, que el Tour dura demasiado, y que es imposible hacer 200 km al día con un montón de puertos durante tres semanas sin tomar nada.
Pero ésta no es la razón, y cualquiera que hace deporte lo sabe. Un corredor profesional está preparado para aguantar el Tour. Los que corren el Tour son los mejores ciclistas del momento, y llevan compitiendo desde chavales y han pasado la criba y la selección que las propias carreras les han puesto. El que no tiene el mínimo que hay que tener para ser corredor profesional no llega a serlo, y si por lo que sea pasa a esta categoría, no dura muchos años, pues la carretera pone a cada uno en su sitio.
Este argumento es como si dijéramos que el Maratón es damasiado duro, y que para correrlo hay que recurrir a doparse. Pero luego vemos que en un Maratón corren miles y miles de personas, y no creo que nadie piense que todas estas personas estén dopadas. Para correr un Maratón no hace falta nada especial. Cualquier persona sana entrenando unos meses puede acabarlo. Otra cosa es el tiempo que tarde en hacerlo.
Y un atleta de elite no tiene ningún problema para correr los 42.195 metros. De hecho los corre muchas veces entrenando en varias tandas al día. Lo que ya es más difícil es hacer la carrera el que más rápido, o bajando de la mejor marca personal.
Además, el doping existe también en deportes "suaves", como en los 100 m lisos (todo el mundo es capaz de correr 100m), el Tiro con arco, o en Automovilismo.
Y aquí es donde comienza a hacer mella la tentación del doparse. Para un atleta de elite sus prestaciones deportivas dependen en una gran parte (pongamos el 70%) en sus cualidades innatas. El que no las tiene podrá dedicarse al deporte, pero nunca será de los mejores. La frase "no se puede hacer de un burro un caballo de carreras" es gráfica al respecto.
Después hay casi un 30% de duro sacrificio, de una vida sana, de una alimentación correcta y de un entrenamiento adecuado. No hablo de mucho entrenamiento, sino de entrenamiento adecuado, pues si no ganaría el que más entrena, y no siempre es así.
Por fin, cuando ya el 70% de buena base genética más el casi 30% de entrenar y hacer bien las cosas, dan como resultado un deportista casi al 100% competitivo, entran en juego otros factores aleatorios, como la suerte en no tener una caída, o no ponerse enfermo, o saber ver si una escapada es la buena, etc.
Pero a veces todo esto no basta. Aunque seamos buenos desde pequeños, aunque entrenemos perfectamente, aunque nos cuidemos y sacrifiquemos como el que más, a la hora de la verdad siempre hay alguien más alto, más guapo, más listo y que corre más rápido.
Entonces alguien del entorno del deportista, o el propio deportista que lo ha visto en compañeros, saca el tema de tomar eso que toman otros y que le dará ese pequeño porcentaje de mejora suficiente para ganar o para mejorar la marca. Aquí surge la tentación de hacer trampas, algo que tenemos todo el mundo, deportistas o no, en todos los ámbitos de la vida: agarramos del brazo al amigo cuando jugamos a futbito para quitarle el balón; pedimos la factura sin IVA al fontanero; nos vamos sin dejar una nota al coche al que hemos rayado al aparcar si no nos ha visto nadie;...
Por eso se dopa un deportista: porque quiere ganar, porque quiere correr más, porque quiere mejorar su contrato, porque quiere que le renueven la ficha, porque quiere ser famoso, porque...
¿Cuál es la solución? Complicada respuesta. En primer lugar los controles deben ser rápidos, claros y de resultado indudable. Los deportistas deben saber que el que se salta la norma es pillado siempre, y deben saberlo desde las categorías inferiores. Cada deporte deben tener sus normas claras y particulares. Lo que puede servir de doping en Tiro con arco (betabloqueantes para mantener el pulso firme) no sirve para ciclismo, por ejemplo. Cada deporte debe hacer una lista particular de sustancias y prácticas prohibidas y que todos lo tengan claro. Puede que en ciclismo se deban permitir algunas cosas prohibidas hoy en día. Pues si es así que se pongan de acuerdo los estamentos del ciclismo con los ciclistas y los equipos y los médicos, y que confecciones una lista clara y sensata de productos y prácticas prohibidas y que a partir de ahí todos sepan cuáles son las reglas. Y el que se las salte que se atenga a las consecuencias.

sábado, 28 de julio de 2007

ENTRE LA NIEBLA, SOLO


ENTRE LA NIEBLA, SOLO

Bajamos de la Cruz por una senda poco frecuentada, la Senda Basatxi que va desde la chabola de Menoyo hasta Urratxa. Mi padre ya la conocía porque mi abuelo solía llevarle por allí algunas veces en sus paseos por el monte cuando era un chaval, y ahora él hacía lo mismo conmigo. Es bueno que las costumbres pasen de generación en generación.
Yo tenía once años y disfrutaba como un enano caminando con mi padre por el Gorbeia y por otros montes familiares para nosotros, pues no en vano casi todos los domingos salíamos a andar por el monte, a veces incluso bajo la lluvia o la nieve. Pero, pese a las numerosas veces que había subido a la Cruz, era la primera vez que mi padre me llevaba por esta senda usada antaño por los pastores para evitar subir hasta la Cruz al dirigirse de un lado a otro de mi querida montaña.
Es una senda agradable con buen tiempo. Ora entre hayas, ora entre helechos, íbamos avanzando tranquilamente siguiendo las marcas de hachazos que los pastores dejaban en los árboles para no perderse y las trazadas de pintura que desde hacía unos años facilitan la caminata a los montañeros como nosotros.
Pero el día no era lo que se dice un buen día para ir al monte.
Por la mañana, cuando habíamos salido de casa, el cielo parecía más prometedor de lo que luego había sido. Sí que había hecho algo de sol, pero en general estaba siendo un día tristón, algo gris, y más bien anodino, meteorológicamente hablando, se entiende. Desde la Cruz apenas habíamos podido ver algo: el Aldamin y poco más. Una lástima, porque las vistas desde la Cruz siempre me gustaban mucho.
Y ahora, ya metidos en plena Senda Basatxi, las nubes iban bajando desde Zastegi y enseguida nos vimos envueltos en una espesa niebla que convirtió el sendero en un lugar lleno de misterio y recogimiento. Apenas se veía nada, y se oía aún menos, como si hasta los pequeños animales del bosque se paralizaran por el velo de la bruma.
Mi padre caminaba por delante, tratando de no despistar el camino, y cada poco me gritaba para asegurarse de que le seguía.
-¡Alex! –Gritaba mi padre con su vozarrón ronca.
-Ya voy, Aita –contestaba yo rápidamente para que no tuviera que frenar su resuelto paso por mi culpa. Siempre me he tenido por buen andarín, y no era cuestión el quedar mal, ni siquiera delante de la persona que mejor me conocía entonces y que me perdonaría una pequeña debilidad momentánea.
Salimos de un bosque; pasamos una zona entre helechos y rocas; entramos en otro bosque; y para cuando me di cuenta, la niebla era tan densa que apenas podía ver más allá de las hayas más cercanas, las que tenía al alcance de la mano. Yo continuaba andando a buen paso, pero enseguida comprendí que ya no seguía a mi padre.
No sé cómo fue, ni cuánto tiempo había pasado. Pero había dejado de oírle gritar mi nombre y no encontraba a mi alrededor ninguna marca de pintura ni ningún hachazo. Miraba al suelo con deseo, pero nada me indicaba la presencia de ningún sendero que me indicara si seguía en el buen camino. Estaba allí, entre la niebla, solo.
He de reconocer que tuve miedo. Normal. Sólo tenía once años y estaba en medio de un solitario y silencioso bosque oculto por una inexpugnable niebla misteriosa. Pero fue sólo un momento. Pues ella enseguida me ayudó.
-Galduta zaoz? –Me preguntó con su voz de ángel.
-Creo que sí –dije yo, sin atreverme a contestarle en mi no muy buen euskera aprendido en el colegio.
-Ba eon ari lasai, mutil, laster eongo zara etxian. Zatoz.
Y la seguí sin dudar.
Sería algo más joven que yo, de unos nueve años, aunque era una niña alta para su edad. Su negra melena ondeaba a cada paso, y cuando me miraba sus bonitos ojos azules me hacían apartar, ruborizado, la mirada.
No hablaba mucho, y tampoco comprendía todo lo que me decía, aunque sí le entendí que vivía por esa zona del Gorbeia y que a veces se iba una temporada a otra casa bajo el Anboto. Supuse que sería hija de algún pastor.
Su paso era seguro, ágil y decidido. Se notaba que conocía el terreno, pues caminaba con la misma resolución con la que lo haría uno de los animales del bosque.
Una media hora después llegamos al arroyo de Pedrobaso y la niebla empezó a disiparse.
-An dao zure aitta –me dijo y miré hacia delante y, efectivamente, allí estaba mi padre, que empezó a correr hacia mí en cuanto me vio.
Me giré para despedirme de ella y darle las gracias por ayudarme, pero se había dado la vuelta y desapareció entre la niebla, mi padre llegó a mi lado y me abrazó muy asustado. Le conté lo que me había pasado e intentó ir a darle las gracias, pero no la encontró.
Aún con el susto en el cuerpo caminamos con prisa hasta el refugio de Arraba, donde nos tomamos un sabroso caldo para recuperar la calma.
-Menos mal que nos ha ayudado la hija de un pastor, que si no, no sé cómo hubiésemos salido de ésta, vaya susto –les explicó mi padre a los que estaban en el refugio comiendo.
-¿La hija de quién? –Preguntó uno de ellos, que tenía una borda junto a Urratxa. –Si hace años que ningún pastor vive por aquí con su familia, y menos en esta época del año.
Yo les expliqué entonces lo que me había dicho la niña, y cuando dije lo del Anboto, se entabló una tertulia sobre si sería la nieta de fulanito, que tenía familia en Oleta, o sobre si sería de la familia de menganito, que era de Orozco, pero que había vivido en Arrazola.
Después, volvimos a casa y por la noche no pude dormir bien pensando en todo lo que había vivido y en lo que me podía haber pasado.

Pasaron los años. Volví muchas veces al Gorbeia con mi padre, y más tarde con mis amigos o con mi novia. Varias veces crucé la Senda Basatxi y siempre me acordaba de la niña que aquel día me salvó.
Quiero pensar que realmente existió, que no fue un ilusión mía, que no me la inventé para evitar que el miedo me invadiera allí, perdido entre la niebla, solo. Es posible que nunca existiera, lo sé. Tal vez la imaginé, lo reconozco, es lo más probable. Pero, sabéis, no dejo de mirar a mi alrededor cada vez que camino por el Gorbeia entre la niebla, solo,... deseando perderme de nuevo.

© 2004. Javier Sánchez-Beaskoetxea

miércoles, 25 de julio de 2007

El Tour 2007 y Vinokourov


Cuando regresaba para Bilbao tras haber visto la etapa del lunes 23 (día de mi 44º cumpleaños, por cierto), y haber hecho un poco de turismo por Pirineos con mi hijo (a quien pertenece la cabeza del primer plano de esta foto del Peyresourde en la que salen Zubeldia y Vinokourov, ganador, por ahora, de la etapa), me entero del positivo del kazajo.
La verdad es que hay cosas que no entiendo.
Vinokourov era un corredor admirado por todos, con un palmarés estupendo y una fama de combativo que le hacía ser querido por los amantes del ciclismo de toda la vida.
Por eso, cuando ya en la general no tenía casi nada que hacer por la caída, me extraña que se salte las normas para ganar una etapa más, que casi ni le va ni le viene. Porque si uno se arriesga para lograr el premio gordo, el que le falta, pues lo puedo entender, pero arriesgarte a perder tu honor, tu credibilidad, tu fama, para ganar un poco más de lo mismo, una etapa más, pues no creo que merezca la pena. ¿O es que acaso pensaba el kazajo que podía recuperar todo lo perdido y meterse en la lucha por la victoria final de nuevo, como lo hizo Landis el año pasado? Si es así, ¿por qué no aprendió de lo que le pasó al americano?
Hay una frase que resume el espíritu del que recurre a la trampa: si para ti ganar lo es todo, lo haces todo por ganar. Y Vinokourov ya había dicho que éste iba a ser su último Tour, y quería ganarlo por encima de cualquier otra cosa. Era su última oportunidad y estaba enrabietado con el Tour por no haberle dejado correr el año pasado, cuando se convirtió en la víctima inocente de la Operación Puerto por no poder salir cuando era uno de los máximo favoritos.
Quizás ahí esté la clave de todo. Vinokourov tenía tangas ganas de ganar, lo deseaba tanto, que recurrió a todo. Sacrificó toda la temporada para llegar bien al Tour. Renunció a disputar carreras, entrenó más que nunca, sufrió como sólo él sabe que lo ha hecho en las cientos de horas de entrenamiento. Ésa es la clave de su valía como corredor. Pero, no sé si por haber perdido tiempo por mala suerte con las cáidas, o por qué, pero el caso es que al kazajo no le bastó con eso y recurrió a un empujón más, un empujón ilícito, un empujón por el que debía saber que era muy probable que le pillaran, sabiendo, además, que últimamente era un corredor vigilado por la UCI.
Mucha gente se cuestiona si este tipo de prácticas, o la ingesta de algunas sustancias, deben de estar prohibidas, pues dicen que no son peligrosas para la salud de los deportistas y que si algo no es peligroso y ayuda a mejorar el rendimiento pues que lo tomen todos.
Pero yo creo que si la mayoría de la gente del ciclismo opinara eso lo que tendrían que hacer es intentar que los estamentos del deporte cambien las normas, no saltárselas y después decir que las normas están mal hechas. Si un deportista se hace una transfusión sanguínea con intención de mejorar su rendimiento sabe que está haciendo algo prohibido, aunque él y su médico estén seguros de que no arriesgan su salud.
Además me cabe otra pregunta: si un corredor está sano y en forma, ¿para qué recurre a prácticas ilegales? La respuesta es clara: para andar más rápido, para ser mejor que lo que es él realmente. O sea, para hacer trampa.
Alguien señaló sobre Jan Ullrich que si ningún corredor se hubiese dopado, Ullrich habría ganado doce Tours. Lo que quiso decir es que Jan era el mejor y no necesitaba doparse para ganar a los demás, siempre que los demás no se doparan, claro está.
Por eso se ha llegado a este nivel de dopaje. Es como la carrera armamentística de la Guerra Fría.
Lo que pasa es que ahora hay métodos de detección casi tan sofisticados como los métodos de dopaje. Pero aún deben pasar unos años para que todo el mundo sea consciente de ello, y para que los corredores se den cuenta de que va a ser muy difícil doparse sin que te pillen.
Por el bien del ciclismo habrá que pasar unos cuantos años duros todavía.

miércoles, 18 de julio de 2007

La Etapa del Tour cicloturista


El lunes, invitado por GIANT, participé en L'Étape du Tour, la Etapa del Tour cicloturista (o ciclodeportiva, si preferís).
Este año tocó hacer el recorrido de la etapa Foix - Loudenvielle, quizás la más dura de esta edición del Tour de Francia.
Fuimos más de 7000 participantes los que tuvimos que subir los puertos de Port, Aspin, Mente, Balès y Peyresourde.
Me impresionó la subida al Port de Balès (foto). Muchos tuvimos que subir más de un tramo con la bici en la mano.
Supongo que los que disputan el Tour ya lo habrán reconocido previamente, si no alguno se puede llevar una sorpresa.
Por cierto, el último puerto del día era el Peyresourde, que ya lo conocía. Pues esta vez sufrí mucho más subiéndolo que el año pasado en mi Transpirenaica con alforjas (ver el post correspondiente). Esto me hace recordar una vez más que el mismo puerto puede no ser duro sobre el papel, o subiéndolo en fresco y ser completamente decisivo y el más duro cuando es final de etapa, sobre todo cuando ya está avanzada la carrera y se han hecho otras etapas duras previamente.
Seguro que el lunes 23 tendremos un bonito espectáculo en esta etapa del Tour 2007.

miércoles, 11 de julio de 2007

Los Pirineos y el Tour de Francia

Os subo hoy este artículo que escribí en 2003 para la revista El Mundo de los Pirineos con motivo del centenario del Tour de Francia.



100 AÑOS DEL TOUR EN LOS PIRINEOS
“En la montaña el ciclista no se enfrenta solamente al relieve, está entregado a sí mismo y toma conciencia de su terrible soledad”. Henri Desgrange.


“Tourmalet pasado. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop”. Con este escueto telegrama enviado por Alphonse Steines, periodista de “L’Auto”, diario organizador del Tour de Francia, en mayo de 1910 tras casi morir congelado entre la nieve del Col del Tourmalet, la gran carrera ciclista del país galo se abrió a los Pirineos, a los grandes puertos de montaña, a la épica de las colosales gestas ciclistas.

El 21 de julio de ese año, los 326 km entre Luchon y Baiona, se iban a convertir en el primer capítulo pirenaico de una larga novela que este año cumple un siglo de vida. Después de alguna pequeña incursión por los Vosgos (1905) y los Alpes (1907), los primeros grandes puertos que los heroicos ciclistas de aquella gloriosa época de conquistas iban a franquear, fueron el Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque. Todos el mismo día. El “Círculo de la muerte”. Del “perfectamente practicable” de Steines se pasó al grito de “asesinos” que el ganador de esa inhumana etapa (y de ese Tour histórico), Octave Lapize, dedicó a los organizadores en la cima del Aubisque. Aquel día Lapize empleó 14 horas y 10 minutos en terminar la etapa. El último corredor llegó 7 horas y 33 minutos después.
Desde entonces hasta este año 2003, los Pirineos han visto, sin pestañear, cientos de grandes gestas; han oído, sin inmutarse, miles de gritos agónicos; han olido, sin un mal gesto, toneladas de sudor (e incluso de sangre); han tocado, sin sentir nada, innumerables cuerpos agotados; y, finalmente, nos han permitido saborear, con gran gusto por nuestra parte, incontables momentos maravillosos.
En 1913, Eugène Christophe, que nunca ganaría el Tour, pasó a la leyenda del ciclismo al tener que arreglar su bicicleta durante 4 horas en una fragua de St. Marie du Campan, al pie del Tourmalet, por donde había pasado en segunda posición y desde donde tuvo que descender 14 km a pie. Según el reglamento nadie podía ayudarle, por lo que un comisario debió permanecer a su lado todo el tiempo, tiempo que aprovechó para penalizarle con 10 minutos al ayudar un niño al infortunado héroe a encender la fragua. Curiosamente en 1919, tras la Gran Guerra, y portando el maillot amarillo más deseado del ciclismo que ese año se instauraba por vez primera, Christophe tuvo que arreglar otra bicicleta de forma similar a la de 1913, pero esta vez lo hizo en una tienda de bicicletas. Y aunque sólo tardó algo más de una hora, volvió a perder su oportunidad.
El año 1930, los Pirineos, como toda Francia, son testigos de la primera caravana publicitaria del Tour, algo sin lo cual el Tour perdería parte de su esencia actual.
Vicente Trueba, en 1933, se llevó el primer maillot de Rey de la Montaña de la historia de la carrera. “La pulga de Torrelavega”, como se le conocía, supo puntuar en los puertos necesarios, y aunque no ganó ninguna etapa su actuación en los Pirineos fue notable.
La primera etapa pirenaica de 1926, entre Baiona y Luchon, se corrió bajo unas condiciones meteorológicas infernales, con nieve, incluso, en el Tourmalet. Los abandonos se sucedían y la organización envió a varios coches a buscar a los corredores congelados. En Luchon, un hombre con sombrero se dirigió indignado a los oficiales de la carrera: “Es un escándalo. He recogido una decena en mi autobús y no me han pagado. Son todos unos granujas”. ¡Qué época!
El Portet D’Aspet fue testigo en 1934 de un gran gesto por parte del francés René Vietto, que no dudó en dar media vuelta y subir parte de lo que había bajado, perdiendo todas sus opciones de triunfo, para ayudar a su líder y amigo Antonin Magne, que ganaría ese Tour.
Cualquiera que acuda normalmente a los puertos del Tour a ver la carrera verá cómo en muchas ocasiones los corredores son empujados por los aficionados. Claro que ningún empujón será tan famoso como el que en 1937, en las rampas del Tourmalet, le dio Félix Lévitan, que sería más tarde Director del Tour durante muchos años, a Roger Lapébie, ganador de esa edición.
Los Pirineos son testigos año tras año de grandes gestas deportivas. Entre ellas están las largas cabalgadas en solitario, como la que en 1947 protagonizó Albert Bourton entre Carcassonne y Luchon, donde ganó tras 253 km fugado, en la que sigue siendo la escapada más larga de la historia del Tour de Francia.
Fausto Coppi, “il ciampionissimo”, también fue protagonista de soberbias actuaciones deportivas en los dos Tours que ganó (1949 y 1952), pero es de destacar que en su primer Tour victorioso, en pleno Tourmalet y bajo un sol implacable, ofreciera a su gran rival Gino Bartali un bidón de agua. Lo cortés no quita lo valiente, y un campeón lo es también por su caballerosidad.
Bartali de nuevo, al año siguiente, fue un actor importante en otro destello de deportividad, esta vez por parte del suizo Ferdi Kubler, ganador final. En el Col d’Aspin, tras unos lamentables incidentes, Bartali, el líder, cae al suelo y decide abandonar junto con todo el equipo italiano. Kubler, el nuevo maillot amarillo, toma la salida al día siguiente sin enfundarse la preciada prenda, ya que consideraba que el verdadero líder debía seguir siendo el bravo italiano.
En la edición de 1953 el valiente Jesús Loroño se llevó la Montaña y la etapa de Cauterets.
El año 1959 ve el triunfo absoluto del primer ciclista español en la historia. Federico Martín Bahamontes, el gran rival de Loroño, gana el Tour con su gran actuación en el Puy de Dôme y en los Alpes, aunque en Pirineos, el primer asalto montañoso, se mostró discreto y conservador.
Jacques Anquetil fue la primera persona en conseguir cinco triunfos en el Tour. Precisamente en su último Tour, en 1964, vivió uno de los momentos más críticos de su carrera. El escenario fue el puerto de Envalira, en Andorra, el más alto de los Pirineos, en la etapa Andorra Toulouse. La víspera, en la jornada de descanso, Anquetil acudió a un banquete donde no se privó de nada. Poulidor y los demás favoritos se lo tomaron como una afrenta y salieron de Andorra atacando de salida nada más comenzar la ascensión al Envalira. Anquetil pronto se quedó atrás y en la cima perdía 4 minutos. Todo parecía perdido, pero se repuso y en una bajada a tumba abierta entre una espesa niebla inició una épica persecución que le condujo a recuperar sus opciones a lo que sería su quinta victoria final.
Ésta es la versión oficial del hecho. Pero existe otra mucho más romántica que cuentan los cronistas.
Anquetil estaba muy preocupado por una predicción que unos días antes había lanzado un supuesto mago en “France-soir”. Éste anunció que Anquetil iba a abandonar víctima de una grave caída en esa etapa. El campeón francés salió de Andorra sin poder quitarse esas palabras de la cabeza. Al comenzar el descenso seguía sin reaccionar, hasta que su director se le acercó y le gritó: “Jacques. Si tienes que morir, por lo menos hazlo en cabeza”. Y así pasó lo que pasó.
La siguiente edición, 1965, la ganó un neoprofesional, Felice Gimondi. Es la única vez que un ciclista gana el Tour en su primer año en la máxima categoría. Fue también en esta edición donde Bahamontes se retiró en los Pirineos del Tour y del ciclismo para siempre. El Portet d’Aspet fue, una vez más, el escenario de un hecho histórico. El otro hecho importante que se vivió en la cordillera pirenaica ese año fue la gran victoria en Barcelona del español Pérez Francés tras una fuga en solitario de 223, la tercera más larga de la historia.
Julio de 1969 será recordado por dos grandes hitos en la historia de la humanidad: la llegada del hombre a la Luna y la llegada del belga Eddy Merckx al Tour.
Eddy Merckx, el mejor ciclista de la historia en todos los terrenos, desembarcó ese gloriosos año en la carrera francesa con la vitola de gran favorito. Llegó a Pirineos con el maillot amarillo, pero eso no le impidió protagonizar una escapada fantástica de 140 km por los grandes cols y ganar la etapa Luchon Mourenx con 8 minutos de ventaja, pese a desfallecer en el último tramo. Ese año Merckx ganó la general, la montaña, la regularidad y seis etapas, dejando al segundo clasificado, Pingeon, a casi 18 minutos.
Los siguientes años configuraron una época fantástica para el ciclismo, y no sólo para el Tour de Francia. Eddy Merckx y el francés de Cuenca Luis Ocaña fueron protagonistas de duelos épicos y de gestos que se recuerdan todavía.
En 1971, Ocaña se presentó especialmente combativo y llegó a los Pirineos con el maillot de líder y una jugosa ventaja en la general respecto al belga. Merckx, que tampoco se rendía fácilmente, atacó en el descenso del Col de Mente justo cuando el cielo liberaba una terrible tormenta. Ocaña no le dejó ir y ambos cayeron en una curva. Merckx se levantó y siguió, y cuando Ocaña iba a hacer lo mismo llegó el holandés Joop Zoetemelk y chocó brutalmente con el español que tuvo que ser trasladado al Hospital. Cuando le iban a enfundar el maillot de líder a Eddy, éste lo arrojó al suelo diciendo: “que se lo den a Ocaña”.
Pero Luis Ocaña pudo resarcirse en 1973 ganado por fin la carrera y venciendo en seis etapas, entre ellas la de Luchon. Thévenet quedó segundo a casi 16 minutos.
Y tras Merckx llegó otro gigante: Bernard Hinault. El bretón tenía un carácter de ganador similar al del belga y, detrás de éste, es el segundo ciclista más laureado.
En 1980, ganador ya de dos Tours, los Pirineos fueron el escenario de su abandono por lesión cuando iba líder y ya había ganado tres etapas. Joop Zoetemelk se vio beneficiado ganando su único Tour en 16 participaciones.
En 1985 Hinault lograba por fin su quinto Tour, pero en Pirineos sufrió más de lo previsto por una rotura del tabique nasal que se produjo en una caída en St. Etienne. La etapa de Luz Ardiden, con el Tourmalet de por medio, la ganó Pedro Delgado y supuso un calvario para Hinault, quien no obstante supo sobrellevarlo.
El canto del cisne de Hinault se produjo en 1986, cuando tras sacar cuatro minutos de ventaja en Pau, etapa también ganada por Delgado, decidió atacar igualmente al día siguiente bajando el Aubisque, pero se estrelló más tarde en las rampas de Superbagneres. Ganó su delfín Greg Lemond y él quedó segundo.
Pedro Delgado por fin ganó el Tour en 1988. Ya hemos comentado sus grandes victorias en los Pirineos, pero hay que añadir que en 1983, en su estreno en el Tour, voló bajando el Peyresourde intentando sin éxito ganar la etapa, pero sí ganándose el apodo de “el loco de los Pirineos” por su manera de bajar.
Y estamos ya en los años 90, la era Indurain. El navarro fue el primero en ganar cinco Tours consecutivos. Los años previos había vencido en los Pirineos. Cauterets en 1989 y Luz Ardiden en 1990. En 1991, año de su primer Tour victorioso, la clave estuvo en la etapa Jaca Val Louron, cuando Miguel decide atacar bajando el Tourmalet para unirse al fugado Chiapucci y vestirse de amarillo en la meta.
Miguel tuvo, por supuesto, otras grandes actuaciones en los Pirineos, pero en 1993, en menos de 10 km de descenso del Tourmalet, neutralizó a Rominger, otro gran bajador, que había coronado con 50 segundos de ventaja. Tras la caza, Miguel se acercó al coche de su director y les dijo con una sonrisa: “qué, hemos pasado miedo, ¿eh?”.
En el último Tour que corrió Indurain, los Pirineos resultaron especialmente duros para él. Aunque ya venía sin opciones desde los Alpes, fue en la etapa Argelés Gazost Pamplona, que pasaba junto a su casa, donde más sufrió. El puerto de Larrau, precisamente en la frontera con Nafarroa, fue un obstáculo demasiado duro.
Las últimas ediciones han tenido también grandes capítulos en los Pirineos, como la victoria agónica de Javier Otxoa en Hautacam en 1999, con un súper Armstrong pisándole los talones, y momentos de tragedia, como la muerte en 1995 de Fabio Casartelli al caer en el Portet D’Aspet y quedarse dormido para siempre.
La historia del Tour en los Pirineos es una historia inacabada. Los hombres cambian, cambian los protagonistas, cambian muchas cosas, pero los puertos siempre estarán allí, esperando cada julio a que un puñado de locos y miles de fanáticos los invadan por unas horas. Es una novela que se sigue escribiendo año tras año, y esperemos que nadie le ponga el Fin.

(c) 2003. Javier Sánchez-Beaskoetxea

martes, 10 de julio de 2007

El escritorio


Parece un dibujo, pero es una fotografía sacada hace pocos días en una visita a La Ferrería del Pobal, en Muskiz (Bizkaia).
Es una foto de la mesa en la que el contable anotaba las cuentas de la ferrería.
Parece un dibujo porque tiene mucho ruido (el equivalente al grano en fotografía química), al estar sacada con 400 ISO con poca luz y con una cámara compacta digital (Canon S80). Por supuesto sin flash.
Me gusta la foto por el ambiente que se crea con ella. El tintero, el cuaderno, la vela, la balda iluminada, el negro del fondo, la mesa. Es un ambiente austero en el que no cuesta imaginar a alguien escribiendo con una vieja pluma sobre el cuaderno.

lunes, 9 de julio de 2007

Toma Gino, bebe.

Ahora que ya ha comenzado la madre de todas las carreras, el Tour de Francia, y para recordar a más de uno que la épica en el ciclismo, el fair play, las grandes gestas, los hermosos gestos, las rivalidades legendarias, y tantos y tantos momentos de grandeza en nuestro deporte han sido, son y serán los que mantengan la leyenda del Tour y del ciclismo, por encima de todo lo que pasa y de lo que no pasa pero se dice que pasa, os copio un fragmento del prólogo del libro “Campeones” de Simón Rufo, (Ed. Geran, 1974).


Toma Gino, bebe

Se disputaba el Tour de Francia de 1949. Era el 11 de julio y sobre la cadena pirenaica caía un sol abrasador. En la ascensión al Aubisque el calor era insoportable. En primera posición, destacado, subía Apo Lazarídés. Tras él, a varios minutos, Fausto Coppi y Gino Bartali se debatían en silencio contra las duras rampas, el calor y... su rivalidad mutua. Los motores de los coches seguidores jadeaban casi impotentes para soportar los desniveles y las elevadas temperaturas. Fausto y Gino sólo escuchaban el ritmo acelerado de su propia respiración y el lento rodar de sus máquinas sobre la gravilla. Un silencio perfecto acompañaba el forzado discurrir de los dos campeones en su lucha titánica por alejarse del valle. Coppi y Bartali habían colocado bajo su gorra unas hojas de lechuga empapadas para sentir la ilusión de un frescor imposible. Antes de llegar a las rampas más duras, «El Monje volador» había intentado distanciar a «Il Campionissimo» sin conseguirlo. Sus violentos demarrajes se habían estrellado contra la fortaleza monolítica de un Fausto en plenitud. En el alma de Gino comenzaba a traducirse la impaciencia, la impotencia, casi el miedo ante la posibilidad que Coppi fuera a marcharse solo. Al afrontar las rampas más violentas de la ascensión, en el rostro de cuero de Bartali y, sobre todo, en sus ojos se veían las huellas del miedo, de la sed, de la impotencia. Un destello febril de desesperación centelleaba en la mirada del veterano campeón. En este trance, Coppi echó mano de su bidón y en la mente de Gino sé agotó por un instante el último rescoldo de esperanza: "Fausto se va a marchar solo. En cuanto se tome el poco agua que le queda se marchará y no podré responder a su ataque. No me queda una gota de agua y tengo una sed insoportable. Me va a dejar en ridículo.» Fausto, que había comprendido el trance casi agónico de su eterno rival, de su querido camarada, de su perenne amigo, tuvo uno de los gestos más caballerescos que recuerda la historia del ciclismo de todos los tiempos:
—Toma Gino, bebe.

miércoles, 4 de julio de 2007

NOS VAMOS A PIRINEOS. MON DIEU! PON UN 28

Ahora que empieza el verano y muchos vais a Pirineos a andar en bici, os subo este artículo que fue el primero que publiqué hace ahora ya 10 años (¡cómo pasa el tiempo!). Es un artículo histórico, pues en él aparece por primera vez una mención al Col del Agonistic.
Por cierto, la foto me la sacaron en la cima del Tourmalet la primera vez que participé en la marcha L'Isard-Bahamontes, que es la que se describe en el texto. Los manguitos verdes son los que menciono en el artículo, y fue a partir de la bajada del Tourmalet cuando se puso a llover y no paró hasta el día siguiente.


NOS VAMOS A PIRINEOS. MON DIEU! PON UN 28


(Artículo publicado en el nº 4 de Cicloturismo a fondo en junio de 1997)


Ni por esas. Ni con el 38-28, ni con el 30-23. El año que viene traeré un 23-30, a ver si así sufro menos.
Cada año traigo más dentadura y siempre acabo pasando el control de alcoholemia del gendarme de turno, que piensa que en el bidón llevo algo más potente que la bebida isotónica de rigor, a juzgar por el color de mi cara y por las eses que realizo reptando puerto arriba (será por esto que le llaman la serpiente multicolor).
Pero ni con un Rioja Reserva del 87 subiría más alegremente este Col del’Agonistic, catalogado como "Fuera de Categoría" para los pros en el Tour, y que para los "ciclogloberos de elite" como nosotros está bien dentro de la categoría de "pared machacante".
Parece que fue ayer cuando pasé por el cartelito de 10 km a Meta y me estoy acercando al que indica que ya "sólo" quedan nueve. Compruebo que a medida que ascendemos se va deteniendo el tiempo. ¡12 minutos para recorrer un kilómetro! He batido mi propio récord.
Mientras intento distraer la atención de mis piernas en estos cálculos cronométricos, veo una bicicleta medio en la cuneta medio en el asfalto. ¿Dónde estará el dueño? Unos metros más de altitud y aparecen las piernas de lo que hace poco debía de ser un ciclista. Y tras los restos de estos miembros inferiores, entre la hierba, se esconde el cuerpo. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? No me da la cabeza para tanto y, de todas formas, ya vendrán las asistencias de la organización.
Sigo hacia la meta, que calculo debe de estar a algo más de ¡una hora! y voy pensando dónde se sitúa el límite de la resistencia globerística.
No sé cómo, pero siempre se sacan las fuerzas necesarias para concluir la tortura con éxito (o casi siempre).
Recuerdo aquel hombre en la Loroño de hace unos años que cruzó la ansiada meta en Urkiola y se dirigió directamente hasta la cuneta dejando un reguero en el asfalto en el que se pudo analizar una papilla de pelargón que le dio su querida madre a los tres meses de edad, y no se fue bosque abajo como un biker cualquiera porque le sujetaron los de la Cruz Roja, que le inflaron a glucosas y potingues varios.
O aquel otro que al llegar a la siempre gratificante pancarta de último kilómetro, se percató de que no había perdido nada por allí y se dio la vuelta, quizás porque llegaba tarde a cenar, quién sabe.
En fin. Siete kilómetros para meta.
Un pequeño garçon se pone a correr a mi lado y me ofrece una botella de agua mientras me anima con un inmejorable acento francés: ¡Allez champion! ¡Allez champion! O me confunde con Virenque o es que practica para el Tour, que en pocos días vendrá por estos lares. No sé. De todas formas me da nuevas energías y me pongo a pedalear con algo más de dignidad. Hasta que se da la vuelta y retorno a mi sabio y experimentado pedaleo autómata y de mínimo consumo.
Es el cuarto año que vengo a esta marcha y, más o menos, el proceso es siempre similar. Ilusión en la víspera mientras venimos por la autopista; mal descanso tras la opípara cena debido a la ansiedad y el canguelo que nos empieza a recorrer el cuerpo; madrugón y directamente a la ventana a mirar el cielo (¡ay de nosotros como llueva!); desayuno en el hotel entre otros grupos de globeros de elite que nos hacen pensar que somos corredores profesionales; temblequeo en la línea de salida; una docena de meadillas del miedo; y por fin comenzamos a pedalear hacia nuestro destino con brío, con ilusión, algunos a ritmo de carrera pero la mayoría con buena letra y sin salpicar.
Después van pasando las horas, los kilómetros y los bonitos puertos montañeros que escalamos como buenamente podemos, hasta que llegamos a los últimos, y casi siempre más duros, donde comenzamos a percibir sensaciones en nuestro cuerpo que sólo se sienten unas pocas veces al año y que son las que nos hacen regresar año tras año.
Deben de tener razón los que nos llaman masoquistas. Ningún conocido mío de los que opinan que estirar el brazo para apretar el botoncito del mando a distancia es un deporte de alta competición ha logrado comprender nunca cómo la sensación de fatiga extrema y el superar todas estas dificultades y castigos psicofísicos es reconfortante para mí.
Una vez que les conté que había estado más de once horas subiendo y bajando puertos bajo un suplemento del diluvio universal y con una bolsa de basura como chubasquero, tuve que convencerles para que me quitaran esa camisa blanca tan rara, que además tenía unas mangas que no eran de mi talla.
Cinco kilómetros meta. ¡Qué alegría!
He llegado al último puesto de avituallamiento del recorrido. Pero no pienso parar, ya que si pongo pie a tierra no sé si podré volver a arrancar. Me ofrecen un cafecito caliente que lo acepto agradecido en francés. ¡Qué rico sabe! Y eso que no tenía ni azúcar.
Un compañero de fatiga, navarro parece, le pide a la rubia de la organización insistentemente: "De ló. De ló. Sivuplé". Y la chica le mira sin entender nada hasta que él grita "¡Agua, coño!" Y ella asiente: "¡Ah. De l’eau." ¡Qué don de lenguas! Europeos que somos.
Sigo a mi ritmo pensando en que ya estoy en la cuenta atrás, hacía no sé muy bien dónde. En estos casos suelo emplear varias argucias psicológicas para sobrellevar mejor este calvario. Por ejemplo, cuando en realidad me faltan casi cinco kilómetros, yo me digo a mí mismo que sólo son tres ya que como son casi cuatro y medio pues redondeo a cuatro y el último lo hago por narices, porque una vez llegado a la pancarta de último kilómetro ya puedo decir que he terminado la prueba. Sencillísimo.
Otro truco consiste en ir contando las pedaladas de cinco en cinco, así me concentro en los numeritos y hay unos metros que no pienso en nada más. Hasta que me distraigo con una mosca y otra vez a sufrir.
También utilizo el sagaz ardid, que lo reservo para cuando las rampas son de órdago a la grande, de ir cubriendo mini etapas: ahora hasta ese bache, luego hasta la curva, un poquito más hasta el árbol, etc. Hay rampas que son tan duras que aún he de subdividir las mini etapas en otras intermedias. Y cuando ya llego a elaborar complejas teorías sobre el cálculo infinitesimal, pues se ha terminado el tramo duro y tan fresco. Ni enterarme.
¿No ves? Ya estoy en los últimos cuatro kilómetros. ¿O debo pensar en tres? ¡Qué lío!
Pues no te digo que me empiezo a animar, justo ahora que se está acabando la marcha. Seguro que es el café. Me siento mucho mejor que antes y hasta tengo ganas de comer algo, así que me beberé todo lo que me queda de glucosa y la última barrita de muesli.
¡Increíble! Acabo de dejar a los tres franceses que venían todo el rato a mi marcheta de diesel.
Me estoy animando. Voy a bajar un par de dientes a ver qué se siente.
Parece que lo aguanto bien. Por fin puedo sacar la fiera de escalador que llevo dentro. Hay que decir también que este kilómetro es mucho más suave que los anteriores, pero aún así me encuentro muy mejorado.
Miro el reloj a ver si estoy todavía dentro del tiempo de Plata. Ni soñarlo. Hace quince minutos que estoy por encima, aunque si me esfuerzo un poco haré un tiempo por debajo del que hice el año pasado. ¡Pues venga!
Me pongo en pie sobre los pedales, no sólo para cambiar de postura, sino con la intención, tal vez vana, de acelerar el ritmo.
Miro mis piernas y me creo un corredor de los buenos. Bien afeitadas, finas, con una capa de aceite tonificante mezclado con polvo y sudor, tienen un aspecto digno de un profesional. Por lo menos doy el pego y puedo presumir ante los amiguetes; siempre y cuando no me pidan el diploma para ver en qué puesto he quedado.
Tres kilómetros meta. Esto está chupado.
Al dar la curva ya se puede ver lo que me queda. Lo último. El final. La puntilla que dirían otros. Un kilómetro muy duro, con dos dígitos de desnivel, y por fin la zona de acceso a la inevitable Estación de Esquí donde está lo que llevo deseando ver desde hace más de diez horas: la Meta.
¡Más de diez horas! Se dice pronto, pero se hacen largas si piensas todo lo que da de sí un día desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde.
Por eso es mejor pensar en la salida en que lo único que vas a hacer es un poco de llano para calentar, luego subir un puerto, bajarlo, otro poco de llano, subir otro puerto, bajar y ya subir hasta meta. Un paseo de más de doscientos kilómetros.
Lo que suele ocurrir es que en estos montes hasta bajar te fastidia. Acabas con las manos agotadas de darle al freno y si no hace muy buen tiempo te congelas bajando -sobre todo la primera vez, que vine de pardillo pensando en que era verano, con unos manguitos verdes como única protección, y me encontré con que el invierno más frío que he pasado nunca fue un verano en los Pirineos-.
Se acabó. Un único kilómetro y pondré otra muesca en el cuadro de mi bici. Además esta parte es bastante suave. A echar el resto. Le paso al francés que va delante de mí hace ya rato y consigo que se pique. Nos enzarzamos en una dura pelea por el honroso puesto cuatrocientos y pico -de 1700 que hemos salido que conste que sólo hemos terminado unos 800- y tras un bello forcejeo tipo Rominger versus Indurain le dejo ganar. Siempre he sido un caballero.
Tras pasar la meta tomo un té caliente y me zampo sin pensar un plátano frito -qué porquerías comen estos franceses-. Veo a otros compañeros de viaje con los que campartí, parece que hace siglos, la ascensión al primer puerto y nos contamos muy excitados nuestras respectivas historias: que si he cogido un pajarón en tal sitio, que si me dolía la rodilla, que si casi me caigo, que si he pinchado. En fin, como todos los años un cúmulo de fatalidades nos ha impedido realizar esa fantástica marca que tenemos en nuestras piernas. Otra vez será.
Me despido de ellos y comienzo a bajar hacia el hotel. Esta bajada es la peor. He de ir esquivando al rosario de cicloturistas que serpentean por la pared, y además tengo frío, me duelen las manos y la espalda y sólo pienso en ducharme y dormir.
Estoy tan cansado que en la habitación del hotel, mientras espero tumbado en la cama, aún vestido de ciclista, a que me dejen libre la ducha, me duermo.
Y sueño con que estoy subiendo un puerto interminable, agotador, de los infinitesimales,... y, lo creas o no, duermo feliz.

(c) 1997. Javier Sánchez-Beaskoetxea

domingo, 1 de julio de 2007

La travesía de los Pirineos por carretera

El verano pasado tuvo ocasión de completar el viaje desde el Mediterráneo al Cantábrico por carretera en bici y en solitario por la vertiente norte. Este año lo quiero hacer en sentido contrario y por el sur.

Os copio aquí un artículo que publiqué sobre el viaje en la revista "Ciclismo en ruta" por si a alguien le sirve.



Solo a través de los Pirineos
El relato de una aventura de seis días por los puertos más duros de la cordillera

Cruzar los Pirineos de costa a costa. Casi todos los cicloturistas hemos soñado alguna vez en hacerlo, y de hecho muchos lo hacen año tras año. Y por fin este verano me ha tocado a mí el poder llevar a cabo esta aventura. Además, lo he hecho en solitario, más difícil todavía. Si a esto le unes que he pasado por los puertos más famosos del Pirineo y con una bici con alforjas que pesaba casi 25 kilos, pues el resultado es una verdadera odisea, ésta que os narro a continuación.




El lunes 14 de agosto, a las 8:30 de la mañana, me encontré por fin en la playa de Argelès sur mer sobre mi bici híbrida y cargado con dos pesadas alforjas. Esperaba ese momento con ansia desde hacía unos meses (años quizás), y seguramente esa ansia fue la que me provocó esa maldita diarrea matinal que apenas me dejó desayunar algo. Bonita forma de iniciar un viaje de seis días en solitario por algunos de los puertos más duros de los Pirineos. Pero, en fin, debía comenzar a pedalear y arranqué.
Los primeros km eran bastante llanos, pero así y todo veía que mi cuerpo no respondía como yo esperaba. En Amèlie les Bains, antes del primer tramo montañoso de mi ruta, debí parar a comprar glucosa en una farmacia. No tenía ganas de comer nada sólido y de alguna forma debía conseguir el combustible para pasar el día lo mejor posible.
Ya en la primera subida larga, el Col de Xatard, del cual no había oído nunca hablar, empecé a darme cuenta de que este primer día iba a ser muy duro para mí. Pero poco a poco logré superar las dificultades y descendí por la otra vertiente hasta Bouleternère.
Pensaba que desde aquí sería un recorrido cómodo hasta el pie de la subida a Font Romeu, pero lo que no esperaba es que hasta el pueblo de Mont Louis hubiese más de 30 km de subida continua y cada vez más dura y que no encontrase ningún alojamiento hasta allí. Y lo peor fue que en ese bonito pueblo amurallado también estaba todo completo y tuve que subir 3 km más hasta un camping donde ni siquiera vendían nada de comer, por lo que mi cena tras más de 10 horas y media de penalidades consistió en un poco de pan con tomate que me dieron unos catalanes que encontré allí, antes de dormir al raso en el saco de dormir que llevaba para emergencias como ésta. En fin. Un día muy duro y una noche muy fría a más de 1.700 m de altitud en la que pensé que al día siguiente me tendría que ir para casa derrotado a las primeras de cambio.
Por la mañana, a tan sólo 7ºC, empecé a pedalear muy temprano. Por suerte, en el pueblo pude desayunar mejor y subí con algo de lluvia hasta el Col del Calvario de Font Romeu, de nombre muy apropiado para la ocasión.
Luego, una bajada y dos pasteles en un pueblecito me animaron un poco para afrontar la ascensión al Puymorens, aunque la carretera en ascenso me devolvió a mi estado pesimista y hasta llegué a intentar hacer autostop, aunque sin éxito. Menos mal que todas las penalidades se acaban y logré llegar a la cima. Desde aquí el resto del recorrido hasta Foix era en descenso o en llano, y además el tiempo mejoró, por lo que acabé esta segunda etapa mejor que lo que la había iniciado.
Una cena y nueve horas de sueño en una cama en condiciones ya me recuperaron por completo y afronté con otras sensaciones las etapas restantes.

Puertos de Tour
En la tercera etapa pretendía llegar hasta Luchon, y por el recorrido me esperaban, además de muchos repechos, los puertos de Aspet y de Ares, los cuales no había subido nunca. Entre Foix y St. Girons rodé a gusto, y eso que la ruta no era tan llana como esperaba. Luego ya entré en el bonito tramo de puertos entre St. Girons y Cierp Gaud. La carretera transcurría por lugares muy hermosos, y pese a la dureza final del Col d’Aspet, pude apreciar el paisaje. El Col de Ares ya era mucho más sencillo, y tras bajar a Cierp Gaud logré alcanzar sin problemas la localidad de Bagnères de Luchon, una de las más importantes de esta zona central de los Pirineos, y desde donde ya iba a rodar por terreno bien conocido por mí.
Quería descansar bien en Luchon, pues al día siguiente me esperaba la etapa reina, con el Peyresourde, el Aspin y el temido Tourmalet, el puerto que más miedo me daba de toda la ruta.
Nada más salir de Luchon ya se está subiendo hacia el Peyresourde. Curiosamente el mojón de hay en la cima y que indica que por ahí pasa la ruta que une St. Jean de Luz y Argelès Gazost fue el que hace ya años me sugirió hacer este recorrido, y el paso por ahí suponía un hito en mi viaje.
Desde el Peyresourde se baja enseguida a Arreau, donde la D-618 pasa a ser la D-918 (ver despiece) y sin solución de continuidad ya se empieza a subir al Aspin, algo más sencillo, pero de mucha longitud si vas cargado con alforjas.
Tras saludar a las vacas de la cima, en un abrir y cerrar de ojos me planté en Ste. Marie de Campan, donde en la famosa fuente que da paso al Tourmalet me refresqué del sofocante calor (33ºC) que hacía allí, pese a un cielo amenazante por la zona cimera del puerto.
Y así, con calor y algo de miedo, me dispuse a sufrir en la larga subida al cielo que supone el Tourmalet.

El Tourmalet
Subir el Tourmalet es algo que a muchos cicloturistas les atrae desde siempre, y no era nada nuevo para mí. Pero de subir el puerto a subirlo con una bici pesada y con muchos kg de equipaje hay mucha diferencia y si siempre afrontas esta subida con cierto temor esta vez mis miedos estaban más que bien fundados.
Los primeros km, los más suaves, no los pasé esta vez con la alegría que se suelen subir siempre, y si aquí ya me pesaba la subida no quería ni pensar qué sería de mí en los muchos km duros que me esperaban. Pero si algo aprendes en viajes como éste es que tu leit-motiv debe ser tan sólo el de “paciencia y pedalear”. Y así, poco a poco, o mejor dicho, muy poco a poco, fui ganando metros a la carretera y para cuando me di cuenta ya estaba en la parte alta de la subida, allá donde muchos minutos antes me parecía imposible llegar.
El tiempo iba empeorando a medida que ganaba altitud y antes de la mitad de la subida ya estaba lloviznando y la temperatura había descendido muchos grados. Por fin llegué a la parte dura de La Mongie y me detuve en un bar a tomar un té. Después, de nuevo al tajo y a apretar los dientes mientras la cabeza me animaba a llegar allí arriba, donde todo se termina.
Ya en la cima el mal tiempo me impidió celebrar como me hubiese gustado mi paso por este punto tan mágico del universo ciclista, y tras comer algo en el bar y abrigarme bien (6ºC y lloviendo y un descenso de 18 km por delante no son cosa de broma) bajé aguantando el frío hasta Luz St. Sauveur, donde iba a dormir y descansar.
Con buen tiempo al día siguiente y superada ya esta etapa reina, tan sólo me restaba como última gran dificultad del viaje la subida larguísima del Col d’Aubisque pasando por el Soulor. Son 30 km con tramos duros que me llevaron (se dice pronto) casi cuatro horas de desesperante lentitud. Pero una vez coronado este último gran escollo, ya sabía que mi meta estaba cerca y rodé con mayor ligereza hasta Arette, donde iba a pasar la última noche de mi aventura.
Y por fin, con tan sólo el Col d’Osquich y muchos repechos como oposición a mi pedalear, pude afrontar con un optimismo recuperado la última etapa, la que me llevaría atravesando todo el País Vasco de Francia hasta la playa de Sant Jean de Luz, donde vertí por fin el agua mediterránea de Argelès sur mer, completando así el rito y un viaje fantástico que me ha dejado unos recuerdos y unas experiencias que conservaré para mí toda la vida.



La D-918
Entre Argelès sur mer, en el Mediterráneo, y St. Jean de Luz, en el Cantábrico, hay una ruta que es la que elegí para el viaje: la D-618, que continúa en la D-918. Por la vertiente oriental de la cordillera, desde Argelès sur mer hasta Arreau, es la D-618, que se forma juntando diversos tramos de esta carretera a través de otras vías. Luego, de Arreau hasta la localidad vasca de San Jean de Luz, pasa a ser la D-918 que por este tramo occidental sí que supone, salvo algún pequeño tramo, una verdadera ruta ininterrumpida.
Hay que señalar, también, que la ruta nos permite alguna variante, pues en Tarascon sur Ariège hay un tramo que va hasta Foix, y otro que va por el Col de Port, hasta St. Girons, y es complicado (y muy largo) unir estos dos tramos con el tramo que pasa por Font Romeu. Yo, por falta de tiempo, elegí ir a Foix y de allí a St. Girons por una carretera más cómoda. También hay que decidir qué hacer con la subida al Portillon, que pertenece a la D-618 por su vertiente francesa, pero no por la del Valle de Arán. Si se tienen tiempo y ganas es factible pasar de Francia a España y por Bossost subir el Portillon. La otra opción es llegar directamente a Luchon desde Cierp Gaud y dejar a un lado la subida a este puerto fronterizo.


Consejos para el viaje
Una vez elegida la ruta es conveniente hacer una previsión de posibles pueblos donde terminar cada etapa para llevar una pequeña lista de alojamientos por la zona. Así, según cómo vayamos cada día, podremos llamar para reservar antes de llegar y hacer la etapa con mayor tranquilidad.
Hay que prever, también, que según la meteorología y nuestro estado las etapas pueden alargarse o acortarse mucho. Es muy difícil estar una semana en Pirineos y que todos los días haga buen tiempo. Por eso mismo hay que llevar ropa de bici de invierno.
La decisión sobre el sentido de la ruta a seguir (del Mediterráneo al Cantábrico o al revés) dependerá de cada cual, pero en principio es mejor salir lo más lejos de nuestro domicilio así cada etapa nos acercará más a casa, lo cual siempre anima.
Aunque intentemos llevar el menor peso posible, las alforjas siempre nos lastrarán en las subidas. Hay que mentalizarse que tardaremos el doble en subir un puerto que lo que tardamos normalmente, por lo que la cabeza debe salir con grandes dosis de paciencia.
Hay que procurar desayunar y cenar bien cada día, y hacer paradas cortas en la bici para comer algo en los pueblos (pasteles, bocadillos, etc.) y así no alargar en exceso cada etapa.
Si vamos con más gente hay que adaptar el ritmo y la longitud de cada etapa al que más despacio vaya.


Las etapas
Las etapas que realicé fueron éstas:

1ª etapa: Argelès sur mer – Mont Louis: 133 km en 10:35 horas, a 14,6 km/h. 2.350 m de desnivel.
2ª etapa: Mont Louis – Foix: 118 km en 8:29 horas, a 18,6 km/h. 1.135 m de desnivel.
3ª etapa: Foix – Luchon: 129 km en 8:15 horas a 18,5 km/h. 1.740 m de desnivel.
4ª etapa: Luchon – Luz St. Sauveur: 93 km en 9:39 horas a 12,6 km/h. 2.955 m de desnivel.
5ª etapa: Luz St. Sauveur – Arette: 112 km en 8:20 horas a 17,1 km/h. 1.840 m de desnivel.
6ª etapa: Arette – St. Jean de Luz: 133 km en 8:33 horas a 19,6 km/h. 1.095 m de desnivel.

TOTAL: 714 km y 11.115 m de desnivel acumulado.