sábado, 28 de julio de 2007

ENTRE LA NIEBLA, SOLO


ENTRE LA NIEBLA, SOLO

Bajamos de la Cruz por una senda poco frecuentada, la Senda Basatxi que va desde la chabola de Menoyo hasta Urratxa. Mi padre ya la conocía porque mi abuelo solía llevarle por allí algunas veces en sus paseos por el monte cuando era un chaval, y ahora él hacía lo mismo conmigo. Es bueno que las costumbres pasen de generación en generación.
Yo tenía once años y disfrutaba como un enano caminando con mi padre por el Gorbeia y por otros montes familiares para nosotros, pues no en vano casi todos los domingos salíamos a andar por el monte, a veces incluso bajo la lluvia o la nieve. Pero, pese a las numerosas veces que había subido a la Cruz, era la primera vez que mi padre me llevaba por esta senda usada antaño por los pastores para evitar subir hasta la Cruz al dirigirse de un lado a otro de mi querida montaña.
Es una senda agradable con buen tiempo. Ora entre hayas, ora entre helechos, íbamos avanzando tranquilamente siguiendo las marcas de hachazos que los pastores dejaban en los árboles para no perderse y las trazadas de pintura que desde hacía unos años facilitan la caminata a los montañeros como nosotros.
Pero el día no era lo que se dice un buen día para ir al monte.
Por la mañana, cuando habíamos salido de casa, el cielo parecía más prometedor de lo que luego había sido. Sí que había hecho algo de sol, pero en general estaba siendo un día tristón, algo gris, y más bien anodino, meteorológicamente hablando, se entiende. Desde la Cruz apenas habíamos podido ver algo: el Aldamin y poco más. Una lástima, porque las vistas desde la Cruz siempre me gustaban mucho.
Y ahora, ya metidos en plena Senda Basatxi, las nubes iban bajando desde Zastegi y enseguida nos vimos envueltos en una espesa niebla que convirtió el sendero en un lugar lleno de misterio y recogimiento. Apenas se veía nada, y se oía aún menos, como si hasta los pequeños animales del bosque se paralizaran por el velo de la bruma.
Mi padre caminaba por delante, tratando de no despistar el camino, y cada poco me gritaba para asegurarse de que le seguía.
-¡Alex! –Gritaba mi padre con su vozarrón ronca.
-Ya voy, Aita –contestaba yo rápidamente para que no tuviera que frenar su resuelto paso por mi culpa. Siempre me he tenido por buen andarín, y no era cuestión el quedar mal, ni siquiera delante de la persona que mejor me conocía entonces y que me perdonaría una pequeña debilidad momentánea.
Salimos de un bosque; pasamos una zona entre helechos y rocas; entramos en otro bosque; y para cuando me di cuenta, la niebla era tan densa que apenas podía ver más allá de las hayas más cercanas, las que tenía al alcance de la mano. Yo continuaba andando a buen paso, pero enseguida comprendí que ya no seguía a mi padre.
No sé cómo fue, ni cuánto tiempo había pasado. Pero había dejado de oírle gritar mi nombre y no encontraba a mi alrededor ninguna marca de pintura ni ningún hachazo. Miraba al suelo con deseo, pero nada me indicaba la presencia de ningún sendero que me indicara si seguía en el buen camino. Estaba allí, entre la niebla, solo.
He de reconocer que tuve miedo. Normal. Sólo tenía once años y estaba en medio de un solitario y silencioso bosque oculto por una inexpugnable niebla misteriosa. Pero fue sólo un momento. Pues ella enseguida me ayudó.
-Galduta zaoz? –Me preguntó con su voz de ángel.
-Creo que sí –dije yo, sin atreverme a contestarle en mi no muy buen euskera aprendido en el colegio.
-Ba eon ari lasai, mutil, laster eongo zara etxian. Zatoz.
Y la seguí sin dudar.
Sería algo más joven que yo, de unos nueve años, aunque era una niña alta para su edad. Su negra melena ondeaba a cada paso, y cuando me miraba sus bonitos ojos azules me hacían apartar, ruborizado, la mirada.
No hablaba mucho, y tampoco comprendía todo lo que me decía, aunque sí le entendí que vivía por esa zona del Gorbeia y que a veces se iba una temporada a otra casa bajo el Anboto. Supuse que sería hija de algún pastor.
Su paso era seguro, ágil y decidido. Se notaba que conocía el terreno, pues caminaba con la misma resolución con la que lo haría uno de los animales del bosque.
Una media hora después llegamos al arroyo de Pedrobaso y la niebla empezó a disiparse.
-An dao zure aitta –me dijo y miré hacia delante y, efectivamente, allí estaba mi padre, que empezó a correr hacia mí en cuanto me vio.
Me giré para despedirme de ella y darle las gracias por ayudarme, pero se había dado la vuelta y desapareció entre la niebla, mi padre llegó a mi lado y me abrazó muy asustado. Le conté lo que me había pasado e intentó ir a darle las gracias, pero no la encontró.
Aún con el susto en el cuerpo caminamos con prisa hasta el refugio de Arraba, donde nos tomamos un sabroso caldo para recuperar la calma.
-Menos mal que nos ha ayudado la hija de un pastor, que si no, no sé cómo hubiésemos salido de ésta, vaya susto –les explicó mi padre a los que estaban en el refugio comiendo.
-¿La hija de quién? –Preguntó uno de ellos, que tenía una borda junto a Urratxa. –Si hace años que ningún pastor vive por aquí con su familia, y menos en esta época del año.
Yo les expliqué entonces lo que me había dicho la niña, y cuando dije lo del Anboto, se entabló una tertulia sobre si sería la nieta de fulanito, que tenía familia en Oleta, o sobre si sería de la familia de menganito, que era de Orozco, pero que había vivido en Arrazola.
Después, volvimos a casa y por la noche no pude dormir bien pensando en todo lo que había vivido y en lo que me podía haber pasado.

Pasaron los años. Volví muchas veces al Gorbeia con mi padre, y más tarde con mis amigos o con mi novia. Varias veces crucé la Senda Basatxi y siempre me acordaba de la niña que aquel día me salvó.
Quiero pensar que realmente existió, que no fue un ilusión mía, que no me la inventé para evitar que el miedo me invadiera allí, perdido entre la niebla, solo. Es posible que nunca existiera, lo sé. Tal vez la imaginé, lo reconozco, es lo más probable. Pero, sabéis, no dejo de mirar a mi alrededor cada vez que camino por el Gorbeia entre la niebla, solo,... deseando perderme de nuevo.

© 2004. Javier Sánchez-Beaskoetxea

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