miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ya soy randonneur


Os subo aquí mi último artículo publicado en el número 24 de la revista "Pedalier".

Ya soy “randonneur”

¡Ah! Cómo pasa el tiempo. Aún recuerdo aquellos años cuando, aún siendo un chaval, salía yo a andar en bici con mis amigos, algunas veces, o solo, la más de las veces. Entonces no sabía yo que en esto del mundo de la bicicleta fuera de la competición había tantos y tantos cajones donde clasificarnos. Entonces, los que andábamos en bici y no competíamos, hacíamos sólo eso: salir en bici. Y es que luego la vida me ha ido llevando por mundos de los que no sabía ni que pudieran existir.
Yo era un chico normal, tan normal como lo pueda ser cualquiera que en verano dedicaba varios días a la semana a dar una vuelta en bici. Habitualmente salía por la mañana, aunque en julio no era raro el día en el que salía por la tarde, después de ver la etapa del día del Tour. Y así, maravillado por la carrera de las carreras, jugaba a subir las cuestas como si fuera Perico, o Millar, o incluso el mismo Hinault. ¡Qué tiempos!
Después ya me negué a dar la razón a eso de que las bicicletas son para el verano y se inició mi trayectoria por esto que llamamos cicloturismo. Ahora salía casi todos los fines de semana del año con veteranos de una sociedad ciclista. Comencé a hacer más kilómetros y se amplió mi territorio ciclista, conociendo nuevas carreteras, pueblos y bares (algo muy práctico).
Así que, sin saberlo, ya era cicloturista. ¡Qué cosas! Había ascendido en la jerarquía de “chaval que sale a andar en bici” a “cicloturista de fin de semana”.
Pero ahí no terminó mi derrotero por el mundo de la bicicleta. Aquel club no duró mucho, y terminé enrolado en otro de mayor raigambre y solera. Otro escalón ascendido. Aquí empecé a oír a gente que hablaba de marchas cicloturistas duras y cosas así. Vaya. Había que probar aquello. Así que, sin darme cuenta empezaba las temporadas mirando el calendario cicloturista de la revista de ciclismo que había entonces (la única) y marcando en rojo aquéllas a las que pensaba acudir. O sea, que allí estaba yo, un incipiente cicloturista de fin de semana que ya pasaba a ser cicloturista que hacía marchas.
Pero ahí no terminó la cosa, qué va. Aquello sólo era el comienzo, pues en aquella revista aparecían de vez en cuando reportajes de marchas aún más duras y que se celebraban en lugares tan exóticos entonces para mí como los Pirineos franceses y que, además, ascendían los puertos que estaban en mi imaginario ciclista de ver el Tour por la tele.
Un nuevo escalón se erigía ante mí. Un escalón duro de escalar, pero irresistiblemente atractivo. Ahora iba a ser cicloturista que hacía marchas duras subiendo los puertos míticos de los Pirineos. ¡Guau! Aquello era el no va más. Era duro, sí, pero era una sensación agradable el flirtear en algunos momentos de aquellas marchas entre lo que era ser un simple cicloturista y el sentirte un corredor en pleno Tour de Francia. De aquellos tiempos guardo recuerdos imborrables que me acompañarán siempre.
Pero cuando ya parecía que nada más podía culminar mi deambular por el escalafón del cicloturismo, del ciclogloberismo de elite, hete aquí que a mi alrededor asomáronse poco a poco, casi imperceptiblemente, dos nuevos mundos nuevos, algo que parecía imposible.
Algunos de los compañeros de club empezaron a tontear con marchas de resistencia, y empecé a oír hablar de algo mágico e increíble llamado “París Brest París”. Buf. Aquello que sobre el papel parecía reservado a súper hombres, resultaba que era el objetivo de compañeros mucho menos dotados para el ciclismo que yo, al menos sobre el papel.
Pero este mundo no me atrajo demasiado durante unos años, y alternaba mis marchas cicloturistas y salidas domingueras con excursiones a la búsqueda de puertos en compañía de otros compañeros aquejados de un mal cada vez más difícil de curar para algunos.
Pero tras exponerme varias veces al virus de la caza de los puertos más difíciles y las rampas más empinadas, no acabé del todo contagiado por esa locura y he podido mantenerme más o menos cuerdo (con recaídas, eso es cierto) hasta hoy.
Pero de la otra enfermedad, la de los “randonneurs” y la de los “breveteros” tampoco me he curado del todo, y de vez en cuando hago algún “Brevet” (no de los más largos, tampoco se trata de exagerar) o participo en alguna “Randonnée” francesa tipo Luchon-Baiona o así.Y este año he dado un paso más y he completado un recorrido largo, con puertos, de noche y en solitario. ¿Ha sido un reto en sí mismo o sólo era una prueba para retos futuros aún mayores? La verdad es que ni yo mismo lo sé, pero creo que tras esta experiencia puedo decir, ahora sí, que ya soy “randonneur”. Aunque lo peor es que no sé si éste es el escalón más alto al que puedo aspirar en mi vida de cicloturista, o aún tengo más mundos ocultos por descubrir. El tiempo y los kilómetros me lo dirán.

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