martes, 20 de octubre de 2009

Carpe Diem

Acaba de salir publicado mi último artículo para la revista Pedalier. Es una columna de opinión muy especial para mí, como veréis al leerla. Además, cuando ya había enviado el texto me enteré de lo de mi amigo Fernando Galarraga y me dio pena no haberle podido incluir a él también en el artículo para dedicárselo como a los demás amigos de los que hablo.
Cuidaos todos mucho y tratad de ser felices.

PD: Actualizado el 3-dic-09. Jose Ortega, otro viejo amigo de la bicicleta, nos ha dejado también por un cáncer ayer día 2. Su mayor ilusión era participar en la Luchon Bayona del Centenario el próximo junio de 2010. No podrá ser. Un saludo, Jose, me acordaré también de ti cuando pedalee.



Carpe diem
(Publicado en el número 32 de la revista "Pedalier")

Se me va terminando un año más y eso quiere decir que me va quedando un año menos. Es más o menos como lo del pesimista y la botella medio vacía y el optimista y la botella medio llena. Cada año que se nos va es un año menos que nos queda, y a partir de cierta edad la vida nos va haciendo más presente el que nos queda menos futuro y tenemos más pasado del que hablar.
Si miro esta temporada que se me acaba desde el punto de vista de la bici, puedo estar contento. He visitado con la bici lugares nuevos; he ascendido puertos que no había subido nunca; he vuelto a subir puertos hermosos que hacía años que no había visitado; he vuelto a subir el Tourmalet, dos veces; he participado por primera vez en una marcha con tanta leyenda como el Tour de Flandes; he vuelto a hacer una Transpirenaica; he visto que sigo siendo capaz de hacer un Brevet de 300 km; he hecho nuevos amigos en la ruta;...
En fin, que puedo darme por satisfecho si miro atrás con el manillar en la mano. Pero si lo hago con el corazón en la mano la cosa cambia, y mucho.
A primeros de año me enteré de que un compañero del “grupetto” de la Bilbaina, Fernando, estaba enfermo de cáncer terminal el mismo día del funeral del hermano de otro amigo ciclista que también había sucumbido a esta enfermedad terrible.
Pocas semanas después recibí otra noticia funesta. Mireya, la hija de mis amigos Luis y Tere, había tenido un accidente gravísimo en circunstancias muy dramáticas, estando de espectadora de la primera carrera profesional de su novio ciclista. Mireya falleció pocos días después por las heridas irreversibles que sufría. Sólo tenía 21 años. Toda la vida por delante.
Al mes siguiente, Luisito, otro amigo (éste no relacionado con el ciclismo), falleció también por un cáncer fulminante.
Poco más tarde, Fernando finalmente sucumbió a la enfermedad contra la que luchaba desde primeros de año, casi al mismo tiempo de que me enteraba de que otro conocido fallecía también por la misma enfermedad.
Y poco antes del verano, a otro compañero ciclista, Ander, le atropelló un coche que “no le había visto” y le rompió la cadera. Pero casi puedo decir que tuvo suerte, pues una cadera rota se cura y en pocos meses estás de nuevo en la bici, porque en pleno julio otro atropello a otro amigo, Félix, por un coche que “se había quedado dormido”, le causó heridas y lesiones muy graves, entre ellas la fractura de dos vértebras con lesión medular irreversible por lo que Félix vivirá con una silla de ruedas a partir de ahora.
“Carpe diem quam minumum credula postero”, esto es, vive el momento, no confíes en mañana, Horatio dixit.
La vida puede ser maravillosa, y así la he sentido este año en el pavés de Flandes, en la cima del Tourmalet, en el Circo de Litor, en el Faro de Formentor y en muchos otros sitios y en muchos otros momentos. Pero la vida puede ser también una mierda.
Este año, desde que a primeros de temporada la noticia de la enfermedad de Fernando nos sacudió a la cuadrilla de amigos, cada vez que llovía y pasaba frío en la bici (y el invierno pasado fue duro) me decía a mí mismo: “sí, hace frío y llueve, es incómodo y no lo paso bien, pero a Fernando le gustaría poder salir hoy en bici y no estar con el tratamiento luchando contra lo imposible, así que, Javi, estate contento por poder pasar frío y por poder mojarte, que dentro de unas horas, después de la ducha, ni te acordarás de este frío”.
Y ahora, con el accidente de Félix aún reciente y teniendo que visitarle todavía en el Hospital, he aprendido aún más a no quejarme y a relativizar más las cosas. Que un día nos llueve y nos fastidia, pues qué se le va a hacer, no es para tanto. Que pinchamos en el momento más inoportuno, pues arreglamos el pinchazo y a seguir. Que no podemos ir a nuestra marcha favorita porque tenemos una lesión, pues a intentar que se cure lo antes posible.
Todo es relativo. La mayoría de los problemas que nos hacen protestar o que nos hacen discutir y llevarnos un disgusto muchas veces exagerado tienen solución y más pronto o más tarde los habremos olvidado. Tenemos la mala costumbre de mirar siempre con envidia a los que están mejor, y se nos olvida mirar para atrás, hacia los que nos miran a nosotros con envidia. Y esto no es nada nuevo, es algo que va con nosotros, como lo dejó claro el agudo Calderón de la Barca en sus famosos versos de “La vida es sueño” ya en el s. XVII: “Cuentan de un sabio, que un día, tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas hierbas que cogía. ¿Habrá otro -entre sí decía-, más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta, viendo que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó. Quejoso de mi fortuna, yo en este mundo vivía, y cuando entre mí decía “¿habrá otra persona alguna de suerte más importuna?”, piadoso me has respondido. Pues, volviendo a mi sentido, hallo que las penas mías, para hacerlas tú alegrías, las hubieras recogido.”
Y así es la realidad. Nos cuesta cambiar nuestra naturaleza humana, ésa que nos hace ser infelices con lo que tenemos porque otros lo tienen, pero espero no olvidarme de mirar alrededor cuando vuelva a tener un problema y pensar en los amigos que ya no están o que no tienen la misma fortuna que yo.