El 21 de julio de 1910, a las 3-30 de la mañana, en Luchón, se dio la salida a la primera etapa de montaña de la historia del Tour de Francia, de la historia del ciclismo. Los corredores debían pedalear 326 km hasta Bayona. En medio, los colosos de Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque hacían más difícil si cabe la gesta de completar un kilometraje tan largo.
En Bayona, 14 horas y 10 minutos más tarde, Octave Lapize gana (¡al sprint!) a Albini, no sin antes, en el alto del Aubisque, haber dejado para la historia su acusación de asesinos a los organizadores del Tour. Sólo 10 corredores de 59 llegaron dentro del control horario.
En 1932 cuatro fanáticos amantes de la bicicleta decidieron emular a sus ídolos. Calanne, Janot, Duffaurel y Lapouble completaron la primera Bayona - Luchón cicloturista. Desde entonces se viene organizando esta grandísima epopeya cicloturista que cada dos años reúne a un buen puñado de valientes dispuestos a enfrentarse con la leyenda y con la historia.
Hasta hace pocas ediciones el sentido del recorrido se alternaba, aunque en los últimos años se mantiene el mismo que en 1910, esto es, Luchon - Bayona. Así, los participantes nada más salir afrontan el Peyresourde (13,5 km al 7,1% de media). Tras bajarlo suben el Aspin (12 km al 6,5%) para empalmar su descenso con la subida del Tourmalet (17 km al 7,4%). Poco después se inicia la subida al Soulor (19,5 km al 5,2%) y tras el espectacular Circo de Littor se llega al último mito del día, el Aubisque (7 km al 5,1% por esa vertiente). Tras el largo y bonito descenso se inicia la segunda parte del recorrido, 180 km sin grandes puertos pero con muchos repechos y subidas pequeñas.
RECORRIDO:
Luchón.................. 0
Peyresourde.................. 14,5
Arreau.................. 32
Aspin.................. 45
Ste. Marie de Campan.................. 58
Tourmalet.................. 75
Luz St. Sauveur.................. 93
Argelès Gazost.................. 111
Soulor.................. 131
Aubisque.................. 141
Gourette.................. 146
Laruns.................. 159
Louvie Juzon.................. 170
Oloron St. Marie.................. 191
Tardets.................. 218
Mauleón.................. 231
Col d’Osquich.................. 245
Larceveau.................. 255
St. Jean Pied de Port.................. 271
Cambó.................. 305
Bayona.................. 326
DATOS PRÁCTICOS:
-Se celebra en los años impares en junio. (NOTA: ahora se ha pasado a los pares).
-La salida se da entre las 7 y las 9 de la mañana de un sábado teniendo hasta la tarde del domingo para llegar a Bayona.
-Hay que pasar unos controles obligatorios donde se encuentran los avituallamientos.
-Algunos la hacen sin detenerse, aunque la mayoría para a dormir un poco en algún punto intermedio.
-El récord de la prueba lo tiene el donostiarra José Luis García en 11-50 (1999) en el sentido Luchón - Bayona, y en 13-03 (1993) en sentido contrario.
-Organizador: Aviron Bayonnais (http://www.aviron-bayonnais.asso.fr/)
(c) 2003. Javier Sánchez-Beaskoetxea
(Crónica escrita para la Ciclolista tras mi participación en la edición del 2003)
“Bidea eta bidaia luzea izan dadila”, esto es, “que el viaje y el camino sean largos”. Éste es el lema que acompaña a mi firma electrónica de mis emilios, y aunque tenga más que ver con Ulises y su viaje a Ítaca creo que es muy apropiado para todos los que nos gusta andar en bicicleta o por el monte, o simplemente por el mundo, por el simple placer de hacerlo, dando más importancia al viaje en sí que al destino final.
La “Luchon - Baiona” cicloturista es algo que se acerca mucho a esta idea del viaje por el viaje. Si bien es verdad que, al contrario que en la mayoría de las marchas, se sale de un sitio y se llega a otro, no es el llegar a Baiona lo esencial de esta marcha, sino cómo hacerlo, por dónde hacerlo y, sobre todo, por qué hacerlo.
Si al editor del periódico francés L’Auto no se le hubiese ocurrido incluir los cols pirenaicos en el recorrido de la etapa del Tour de 1910 entre Luchon y Baiona, no estaríamos ahora ante este gran reto ciclomontañero en el que se unen la dificultad de la larga distancia, 325 km, con la de los grandes puertos de montaña.
Así pues, sin duda atraído por el mito, la leyenda, y por mi pasión por los Pirineos, por fin este año me decidí a intentar completar la Luchon Baiona, y a completarla en su más pura esencia, esto es, en una sola etapa, desechando la opción de parar a dormir en algún lugar del recorrido apurando el tiempo hasta el cierre de control del domingo por la tarde.
1ª parte: El círculo de la Muerte
Tras la confirmación de la inscripción (por cierto, me dieron el dorsal 001 -la fama me precede-) y la cena, en la que casi podría jurar que algunos participantes podían ser, por edad, los mismos de la primera edición cicloturista en 1932, mi amigo Lucas y yo nos fuimos a dormir.
La noche fue larga, tan larga como la tormenta que nos impidió pegar el ojo. Nadie esperaba ese mal tiempo, y lo único en lo que pensábamos mientras dábamos vueltas por la cama era si pararía antes de la salida a las 7 de la mañana.
Y por suerte paró. Tras 3 horas y media en las que los irreductibles guerreros galos hubiesen jurado que el cielo se desplomaba finalmente sobre sus cabezas, los relámpagos se alejaron y la lluvia cesó. Pese a todo, unos cuantos se echaron atrás y no tomaron la salida, algo de lo que seguro que se arrepentirían más tarde.
Tras el desayuno y los últimos preparativos y la complicada decisión de con qué ropa salir y qué ropa dejar en el coche de Josemi que nos iba a esperar en el Tourmalet, a las 7 y unos minutos comenzamos a pedalear. Como dice el libro de ruta, unos centenares de metros para calentar y sin más pérdida de tiempo, pues a esto hemos venido, afrontamos las primeras pendientes del Peyresourde, las primeras pendientes del Círculo de la Muerte, como se conocía a la travesía de los cols pirenaicos, las primeras pendientes que ahora nos parecen poco importantes pero que horas después harán mella en nuestros cuerpos.
Poco a poco, piano piano, la mayoría vamos pedaleando sin prisa, dejando que caigan los kilómetros e intentando disfrutar de las primeras luces del día que van atravesando las nubes y las nieblas, restos de la tormenta, y que envuelven el valle de una belleza sin par entre luces y sombras.
La subida al Peyresourde por esta vertiente, la dura, remonta el valle hasta encontrarse con la montaña, y para salvarla traza un zig-zag que permite apreciar toda la extensión de sus 14 km, y de paso ver dónde van los primeros y dónde los últimos. Un par de curvas más arriba veo el maillot de Euskadi de Lucas, que sin apretar ya me lleva una buena ventaja.
Arriba, un puerto menos, está Lucas esperándome. Una parada muy corta para abrigarme para la bajada y nos lanzamos hacia Arreau, bueno, se lanza Lucas, ya que yo soy más segurola y le pierdo la pista por lo que queda de día.
En Arreau llenó el bidón de agua y comienzo el segundo puerto de este Círculo que por ahora no es mortal. Muy parecido al Peyresourde, el Aspin va ascendiendo entre árboles y curvas para culminar con un par de curvas de herradura. La carretera sigue mojada y a mitad de puerto la niebla nos envuelve pero ya se entrevé que el cielo, más arriba, está despejado. En la cima se encuentra el primer control para sellar la hoja de ruta y un pequeño avituallamiento.
Bajo hacia St. Marie de Campan con cuidado en la primera parte, pues sigue húmeda la ruta, y con más vivacidad desde Payolle hacia abajo, tanta que me veo llegando a Baiona con la prueba en el bolsillo. Pero, ¡ay!, sólo hemos completado la mitad fácil del Círculo, y es inútil cantar victoria cuando nos queda todo lo que nos queda.
En el cruce de St. Marie de Campan, al pie del Tourmalet y donde en 1913 Eugène Cristophe tuvo que arreglar en una fragua él solo su horquilla rota durante cuatro horas perdiendo todas sus opciones al triunfo de aquel Tour, paro a coger agua y charlo un rato con otros compañeros de fatigas de Iurreta. Iniciamos el ascenso al interminable Tourmalet, el más difícil reto del recorrido. Suave al principio, tanto que engaña a los novatos, no tarda en ir empinándose cada vez un poco más. Hacia mitad del puerto las rampas se hacen más y más duras, más y más castigadoras. La reputación del Círculo de la Muerte empieza a hacerse notar implacablemente.
Los últimos 8 km se me hacen duros. Antes de llegar a La Mongie unas rampas de más del 12% frenan en demasía los pocos ímpetus que aún conservaba. Por suerte, para distraer un poco la mente del trabajo de mis piernas, en los túneles previos a la estación de esquí cuatro llamas (sí, las de los Andes) me hacen preguntarme durante unos minutos cómo y para qué han llegado hasta allí, territorio de ovejas y vacas distraídas.
Paso La Mongie recordando lo rápido que suben por aquí los corredores en el Tour, y afronto los últimos 4 km, duros, serpenteantes, pelados, que nos dejan en los míticos 2115 m de altitud, la altitud por excelencia para los cicloturistas, el lugar exacto, el polo terrestre cicloturista, el centro del mundo mundial: el Tourmalet. Lo he dicho más veces y no me cansaré de repetirlo. El Tourmalet es el puerto por excelencia del ciclismo. Es duro, es largo, es bonito, es histórico, es leyenda pura. Es imposible subir en bici y no sentir el aliento que desde 1910 tantos y tantos ciclistas y cicloturistas han dejado en sus rampas. El Tourmalet es el punto de despegue para subir al cielo, si es que puede existir un cielo más allá de éste.
Tras el sello del control y dejar en el coche algo de ropa que ya no iba a necesitar, como algo del avituallamiento y voy al restaurante de la cima a por un bocadillo de paté de campagna y una coca-cola. Sólo me entra la mitad del bocata y para no quedarme frío comienzo el largo descenso hacia Luz St. Sauveur. Por cierto, de Lucas sólo sé que se ha ido del Tourmalet un poco antes de llegar yo. Es la última noticia que tendré de él en muchas, muchas horas.
Nada más a comenzar a bajar, noto un ruido extraño en la bici que me hace parar tres veces sin encontrar su origen. Un mal sitio para no fiarse de la bici, con 18 km de rápida bajada por delante.
Sin más percances termino el descenso y me dirijo hacia Argelès Gazost. En el poco terreno llano que hay, el aire de cara me castiga más de la cuenta y decido parar a comprar algún pastel. Pero, esto es Francia, y son las dos de la tarde, y todo está cerrado. Llego a Argelès y llamo a Josemi. Si hubiese estado allí tal vez me hubiera metido en el coche, pero eso significaría tener que venir otro año a hacer la marcha y, lo que es peor, aguantar a los de la Bilbaina durante un par de años por haberme retirado. Por suerte, Josemi está todavía bajando del monte en el Tourmalet y decido ir a un restaurante a comer algo.
Pido sólo postres y un té. Aprovecho para aliviar un poco el vientre y comienzo en algo mejor estado la larguísima subida hacia el Aubisque, que está a 30 km de aquí (ríete tú del Portalet).
Subiendo me junto de nuevo con los de Iurreta y con tranquilidad van pasando los kilómetros. Llegamos a Arrens y afrontamos la parte más dura hasta el Soulor, antecima del Aubisque. Por fin, ni sé cuánto tiempo después, alcanzo el Soulor y tomo una cerveza y unos bocadillos de panceta (o beicon para los amigos) en el control. Tras recuperar un poco de fuerzas, bajo los pocos kilómetros de descenso hacia el Circo de Litor, ¡sublime, precioso espectáculo pirenaico!, y subo los 7 km finales del Aubisque que se me hacen bastante más duros de lo esperado. En el Aubisque me pasa Josemi y me espera en la cima donde me cambio de camiseta y cojo algo de comida.
Finalmente, bajando rapidísimo hacia Laruns, salgo vivo, pero tocado, del Círculo de la Muerte, con casi 200 km aún por delante.
2ª parte: Cabalgada en solitario
Salgo de los puertos con alivio y con nostalgia. Por suerte en un par de semanas voy a estar de nuevo por aquí. Noto el cansancio de los colosos pirenaicos en el detalle de que he pasado el Aubisque sin haber gritado (aunque sea mentalmente -no es cosa de llamar la atención-) “asesinos”, como hiciera en 1910 Octave Lapize a los organizadores de aquel (este) infierno.
Pero ahora he recuperado la moral. Si hace unas horas no veía nada claro el llegar a Baiona sin tener que parar a dormir, o creía que iba a retirarme para siempre, ahora, tras el placer de una bajada como ésta del Aubisque, y juntarme en Laruns con los de Iurreta (una vez más, la última), me veo con muchas fuerzas. Rodamos hacia Oloron todo el rato a más de 40 km/h con facilidad. La verdad es que el terreno es favorable (no os extrañe, pues, cuando en la Quebrantahuesos sufrís más de lo previsto entre el Marie Blanque y el Portalet), y se presta a ir veloz.
Seguimos así durante los 30 km que restan hasta Oloron, pero aquí me quedo solo de nuevo, pues todos los compañeros se paran a dormir, para terminar mañana la prueba (el cierre de control es a las 4 de la tarde del domingo).
Así pues, sin más ayuda que la de mi moral que ahora está alta, busco la salida de Oloron hacia Tardets y Mauleon. Finalmente veo el cartel que indica “Mauleon 31 km” y sigo por la carretera sin haberme percatado del cartel de Tardets que iba hacia otro lado.
Este despiste me lleva por una carretera boscosa, preciosa, y me deja en Mauleon habiéndome ahorrado 9 km. Qué conste que lo hice sin querer, no penséis que tomé un atajo a posta. Antes de llegar a Mauleon, tengo que parar en un pueblito a buscar una fuente, pues llevo los últimos km sin una gota de agua.
Al haber llegado a Mauleon por una carretera desconocida, me despisto y no sé por dónde he de seguir. Pregunto a unos chavales pero ninguno es del pueblo (debe haber una fiesta). Por fin uno de ellos me señala una dirección. La sigo 200 m hasta que un cartel le corrige y debo dar la vuelta. Mosqueado, veo a una mujer en un coche y ella sí sabe indicarme el camino correcto.
Salgo, pues, hacia St. Jean de Pied de Port (Donibane Garazi) a través del último col del día, el Col de Osquich. Ya lo conocía y sé que no es muy duro. Llego al pie del col donde está Josemi esperándome. Se había adelantado para ver si sabía algo de Lucas, y ha visto en el control de Osquich que ha pasado por allí a las 7 menos cinco. O sea que me lleva dos horas y media y no se ha caído por un barranco. Me cambio de culotte, para ver si la irritación que tengo se me alivia un poco, cojo la frontal y el chaleco reflectante, y sigo hacia Osquich, donde sello a las 9 y media. Pronto anochecerá.
Como algo y salgo de allí junto a dos participantes con maillot de St. Jean que hablan euskera. Bajamos rápido, y cuando ya falta menos para su pueblo me dicen que ellos se quedan a dormir allí, para completar al día siguiente los 60 km que restan.
Solo de nuevo, como un verdadero aventurero, al pasar por Donibane Garazi hablo con Josemi que está terminando de cenar. Lucas le ha llamado, por fin, desde la meta y se ha ido hacia el Hotel. Ha llegado a las 21:40, aún de día. Menos mal, pues al no haberme esperado sus luces siguen en el coche.
Me encuentro bastante bien, pues entre el dolor de rodillas, de cuello, del pie derecho, de la uña del dedo gordo del pie izquierdo (no es broma) y la irritación de las posaderas, se me han igualado los males y ya no me es posible concentrarme en uno sólo, por lo que no noto ninguno.
Al salir de Donibane estoy en total oscuridad. Apenas hay tráfico y mi linterna alumbra lo justo para ver la carretera, aunque me como algún bache que otro. Hoy no hay Luna y el cielo está muy estrellado, pero no puedo fijarme demasiado. Es la primera vez que pedaleo realmente de noche, y además así, solo. No me da miedo y noto que los coches que me pasan o se me cruzan ven bien mis reflectantes y mis luces y tengo sensación de seguridad. Además, la carretera es llana y tiene arcén. Otra cosa sería que fuese en bajada y con muchas curvas.
Los km se me hacen eternos y parece que no pasan. Me deben quedar unos cincuenta y pico para terminar. Pocos, o muchos, según se mire. Estoy rodando a buena velocidad, en plato grande y con ganas. Más que nada por acabar de una vez.
Al de unos 15 km me alcanza Josemi y desde allí me sigue todo el rato iluminándome la carretera, por lo que puedo ir más deprisa. Estoy rodando todo el rato a unos 35 km/h y los repechos los subo sin quitar el plato, salvo los más duros.
Después, a unos 15 ó 20 km de Baiona veo a dos participantes franceses parados en el arcén. Les digo que se unan a mí y al ver que voy con coche de apoyo no lo dudan ni un minuto. Así, los tres vamos más seguros y relevamos un poco. Me parece que son de la zona y confío en que sabrán dónde está la sede del Aviron Bayonnais, la llegada. Pero resulta que tampoco lo saben.
Entramos en Baiona, y siguiendo las pocas indicaciones que me habían dado, tenemos la suerte de no tardar demasiado en llegar. Es la una menos cuarto. He tardado 17 horas y 40 minutos en llegar, de ellas 15 y media de bici. Estoy contento pero no eufórico como en otras ocasiones, seguramente debido a las ganas que tenía de bajarme de la bici. He acabado fuerte pero sin ganas de seguir.
Hoy he batido varios de mis récords: horas de bici, horas totales, horas de noche, kilometraje (bueno, éste no estoy seguro), y dicen que los récords están para batirlos. Ya veremos.
Llegamos al Hotel y temo que Lucas esté tan dormido que no me abra la habitación. Pero no. Nos abre enseguida y recibe finalmente, con cara de cansado, su bolsa, de la que hubiera sacado más partido si me llega a esperar en el Tourmalet. Nos contamos algunas anécdotas del día mientras me preparo para la ducha, que se convierte en un baño en el que casi me quedo dormido. ¡Qué bien se está aquí!
Y así termina esta aventura. Ya sé algo más de lo que sentían aquellos hombres pioneros del Tour de Francia. Se sentían unas veces exultantes y otras estaban hechos polvo. Pero estas cosas te enseñan que hay que saber sobreponerse a los malos momentos, porque después vendrán los buenos.
Como la vida misma.