domingo, 26 de agosto de 2007

La agonía


La agonía es lucha, contienda, pelea. La agonía es también la congoja del moribundo, el estado que precede a la muerte. En nuestro caso es mucho decir que estamos a las puertas de irnos al otro barrio mientras sufrimos en un puerto, pero a veces nos parece que no estamos tan lejos de hacerlo, nos parece que estamos a un paso de dar el último y fatal paso, y os juro que no es cuestión de dar un mal paso o de pasarnos de tuerca. Cada paso a su tiempo, y el final del tiempo que sea a su hora, ni un minuto antes.
Pero a nosotros, por aquello que dicen que somos masoquistas, o que estamos hechos de otra pasta (¿o esto se refería sólo a los ciclistas?), o porque somos tontos, sin más, a veces nos atrae el flirtear con la agonía.
La agonía la sentimos al final de una marcha dura, en las rampas del último puerto, cuando estamos rodeados de muchos compañeros envueltos en un silencio sepulcral en el que sólo se oye el rodar de las cubiertas sobre el asfalto o el clic de algún cambio que busca en vano un par de dientes más el piñón.
La agonía la tenemos también en esas ocasiones en las que estando en plena forma queremos medirnos con, o contra, los demás compañeros de una marcha, cuando queremos batir nuestra marca y apuramos al máximo en los kilómetros de subida de un puerto.
La agonía la encontramos en las largas pruebas randonneurs, en esos instantes interminables de crisis en los que maldecimos nuestra afición a la larga distancia y en el que nos juramos, sin mucha convicción, dejar de hacer estas cosas pues ya no tenemos edad.
La agonía está, cómo no, en las rampas salvajes de los puertos más duros, inhumanos, anticiclismo, que se hacen famosos por sus pendientes imposibles y que atraen a muchos amantes de mirar la rueda delantera cuando la carretera mira al cielo tan directamente, a ese cielo en el que se encuentra el final de la agonía.
La agonía nos espera, también, cuando nos empeñamos en seguir saliendo a la carretera cuando las lesiones nos persiguen y no somos capaces de dejar de sentir nuestra bici rodando libre por una ruta tranquila.
La agonía, en fin, está siempre con nosotros, oponiéndose a nuestro avance pero empujándonos a la vez a sentirla, a encontrarnos con ella. Como los legionarios, los novios de la muerte, así somos los cicloturistas, los amantes de la agonía.
Y por eso algunos nos citamos aquí, en el Col del Agonistic, de vez en cuando. Nos gusta sentir el aliento de la agonía cerca. Disfrutamos con ello, incluso nos divertimos, porque si no fuese así no subiríamos más, y la subida, pese a la dureza y el sufrimiento, se nos hace inolvidable y atractiva. Una atracción fatal, puede ser, pero atracción después de todo.
Y al dar la última curva, al dar la última pedalada, lo que sentimos no lo puede saber nadie sino nosotros mismos. Y no lo podemos explicar, no se puede transmitir, es algo inefable. Quien quiera sentirlo ha de subir hasta aquí y sentarse luego junto a los demás con una sonrisa bañada en sudor que lo dice todo sin tener que hablar.Así es la agonía. Así somos nosotros. Y nos gusta.


Artículo publicado en el nº 17 de la revista Pedalier en agosto de 2007

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