Me acordé de Steinès, ya sabéis, el periodista de L'Auto que envío el famoso telegrama a su periódico que les decidió a meter la etapa Luchon Bayona en el Tour de 1910. Si aquel mayo hubiese sido como el de este año probablemente el periodista francés no habría llegado a Baregès y quién sabe lo que habría pasado.
Pero bueno. La historia es como es.
Yo el viernes no lo subí en coche porque tenía pocas ganas de pasar frío en la bajada, y eso que cuando llegué a Ste. Marie de Campan el tiempo no era malo. Pero acerté y finalmente subí en coche y corrí una rato entre la cima y La Mongie mientras llegaban los del grupo del stage de SR Events (Pedalier) con los que he estado un par de días.
Ayer sábado ya el tiempo mejoró mucho y subí en bici parte del Peyresourde y el Col de Balés que estaba espectacularmente bonito.
Y hablando de Steinès y del Tourmalet, os copio aquí mi colaboración para el número 56 de Pedalier, especial Tour y Vuelta, que estará en el kiosco esta semana. Os lo recomiendo.
¿Y
si Steinès hubiese dicho la verdad?
(O cómo la épica del ciclismo se basa en
una mentirijilla)
Ay, estos periodistas. Se suele decir que para vender
periódicos la prensa exagera las cosas que pasan. Ya sabéis eso de que no dejes
que la verdad te estropee una buena noticia. Muchas veces esto es cierto y no
es algo muy positivo para la gente, salvo para el periodista que escribe y el
periódico que vende. Pero de vez en cuando una mentirilla, una exageración, nos
ha venido bastante bien a muchos.
Alphonse Steinès era un periodista de "L'Auto", el
periódico organizador de los primeros Tours de Francia. Sí, era periodista, y
seguro que era bueno, pues sabía cuándo una pequeña exageración le iba a ayudar
en su trabajo.
La historia es bien conocida. Casi muere perdido en la nieve
intentando averiguar cómo era el paso del Tourmalet y si era posible incluirlo
en el recorrido del Tour de Francia de 1910, pero telegrafió a su director,
Henry Desgrange con aquello de "Tourmalet pasado. Muy buena ruta.
Perfectamente practicable". Ay, estos periodistas.
¿Y si Steinès hubiese dicho la verdad? Imaginaros el gesto
contrariado de Desgrange al recibir el telegrama con un texto así:
"Imposible tránsito por Tourmalet. Rodeo por Lourdes".
Seguramente el Tourmalet, la etapa Luchon Bayona, no se
hubiese disputado, al menos en unos cuantos años. Tal vez no habría en la cima
ahora una estatua al ciclismo, ni una tienda de souvenirs. Tal vez no estaría
yo teniendo que ir todos los años de peregrinaje a subir el Tourmalet en
bicicleta, como me pasa desde hace unos cuantos años. Tal vez el bar de la cima
solo tendría fotos de esquiadores.
Sí. La historia habría sido muy diferente. Sin meter el
Tourmalet y otros puertos de Pirineos, quizás tampoco se habrían atrevido con
el Galibier y demás colosos alpinos. Quizás el ciclismo se habría endurecido
solo a base de etapas más largas, como se llevaba entonces.
En fin. Si el ciclismo es como es, es por una mentirijilla
sin importancia gracias a la cual miles de cicloturistas nos lanzamos todos los
años a la conquista de los puertos siguiendo la estela de los profesionales.
Muchos dicen que no siguen el ciclismo profesional, que está
desvirtuado, que ellos son cicloturistas y que les da lo mismo lo que hagan los
pros, con sus historias, no siempre muy deportivas.
Mentira. Si no hubiese pasado nunca el Tour por estos
puertos, a casi nadie se le hubiese ocurrido nunca subir en bici por ellos. No
existiría la Luchon Bayona cicloturista, ni la Marmotte, ni la Quebrantahuesos.
Si no hubiese habido pruebas profesionales tan salvajes como la París Roubaix,
no habría miles de locos en la París Roubaix cicloturista. Si en las Olimpiadas
de Londres de 1896 no se hubiera hecho una carrera de fondo en homenaje a la
mítica gesta de Filípides en la batalla de Marathon no habría hoy en día miles
y miles de personas de toda condición corriendo maratones por todo el mundo.
Nuestro deporte sigue, queramos o no, la estela del deporte
profesional. Sin los héroes que han ido escribiendo la historia del ciclismo en
sus más de cien años de vida muy pocos se hubiesen animado a montarse en
bicicleta y a emular, aun a cámara lenta, sus gestas y sus recorridos.
Pero Steinès tuvo la clarividencia de enviar su telegrama y
con él nos abrió las puertas a un mundo maravilloso del que disfrutamos todos
los veranos cuando llegan las duras etapas de alta montaña del Tour de Francia.
Todos lo vivimos con pasión, como una religión. Los cicloturistas y aficionados
que nos acercamos a las cunetas con nuestras bicicletas y los que lo siguen por
la tele. Y los propios ciclistas, que aunque sufren como perros casi todos aman
su deporte y saben que corriendo esas etapas están siendo parte de la historia
y de la leyenda del Tour de Francia.
Sí. Debemos mucho a una mentira y entre otras cosas le
debemos el que nos haya abierto el camino al encuentro en las montañas con
nuestra propia soledad.
Alan Sillitoe escribió en 1956 un hermoso cuento sobre la
soledad del corredor de fondo, sobre nuestra soledad; pero mucho antes que él
ya el propio Henry Desgrange había dicho que en la montaña el
ciclista no se enfrenta solamente al relieve, sino que está entregado a sí
mismo y toma conciencia de su terrible soledad. Y es bien cierto. Allí arriba,
mientras subes rodeado de otros como tú, de gente que grita, que aplaude, que
te da palmadas en la espalda, no puedes dejar de sentir los latidos agitados de
tu corazón, tu piel sudorosa y estremecida entre escalofríos y la sien a punto
de explotarte. Las piernas te ruegan que pares y el aire es incapaz de entrar
por mucho que abras la boca. Sí, estás solo pues nadie más puede ayudarte a
decidir si hacer caso a tu cuerpo u olvidarte de él y seguir, seguir, seguir,
siempre seguir.
Gracias Steinès.