Cuatro campeones en los Pirineos
La revelación de Robic
La montaña elimina irremediablemente a los menos dotados, causando desfallecimientos y abandonos. Es por ello que a los puertos se les conoce como “jueces de paz”.
Gran escalador y de mucho carácter (no le gustaba que se burlaran de su pequeña estatura), Jean Robic es conocido como “el príncipe de los Pirineos”.
En 1947 Robic ataca en los primeros kilómetros de la etapa pirenaica y recorre en cabeza todo el recorrido. Llega a Pau con 11 minutos de ventaja. Se sienta y ve llegar a los demás. Ese año ganará el Tour, el primero de la postguerra.
Robic se muestra un adversario de gran talla para los grandes campeones italianos Fausto Coppi y Gino Bartali que dominan por entonces la competición. En 1952, año del apogeo de Coppi, Robic se adelanta al tandem irreducible en una larga escapada en el Mont Ventoux.
En 1953, primera victoria de Louison Bobet, el astuto Robic coge un bidón de plomo en la cima del Toumalet, donde había coronado en cabeza, para bajar más rápido. A partir del año pasado el reglamento indica que las bicis no se podrán lastrar durante la carrera.
Bahamontes, o las cualidades específicas de un escalador
Ser bueno en montaña exige cualidades particulares y los mejores escaladores no son necesariamente competitivos en el llano. El Gran Premio de la Montaña y el maillot de lunares rojos distinguen a estos especialistas. Es la relación peso-potencia la que determina a los mejores escaladores. También tienen un ritmo cardiaco adaptado a estos esfuerzos y unas piernas vigorosamente musculadas. El relieve escarpado de los Pirineos obliga a los escaladores a esfuerzos bruscos y continuos cambios de ritmo.
Los Alpes –metidos en el programa del Tour poco después que los Pirineos- se suben con más regularidad.
Federico Martín Bahamontes, como más tarde Lucien Van Impe, consiguió seis veces el Gran Premio de la Montaña. “El águila de Toledo” se consagró mejor escalador en su primera participación en el Tour de 1954. Especialista en cambios de ritmo y en aceleraciones agotadoras, multiplica sus hazañas durante diez años. La armonía de sus gestos le dota de una insolente facilidad para las dificultades montañosas. Bahamontes gana el Tour en 1959. En 1964, con 36 años, se escapa durante 190 km entre Luchon y Pau, y gana el Premio de la Montaña por sexta vez. Bahamontes comía helados en la cima del Tourmalet mientras esperaba a los otros.
Las desventuras de Pou-pou en los Pirineos
Raymond Poulidor ha podido ser el ciclista más célebre; pero nunca ha ganado el Tour de Francia. Pero él, por el contrario, a menudo ha sido segundo (en el 64, 65 y 74) y tercero (62, 66, 69, 72 y 76). La táctica de este recordman de longevidad: dejar la iniciativa a los otros. Una acumulación increíble de desgracias le atrajo la simpatía del público.
En 1973, el campeón ya con 37 años sufrió una caída en el Portet d’Aspet. Poulidor debió abandonar su décimo primer Tour de Francia (como en 1968).
Los duelos entre Raymond Poulidor y el calculador Jacques Anquetil (cinco veces ganador del Tour de Francia) animaron la carrera. Fue un puerto pirenaico el que les iba a separar en 1964. La víspera de la etapa, en lugar de salir a entrenar, Anquetil participó en un sarao. Sus adversarios vieron en ese acto una provocación. Al día siguiente Anquetil es distanciado por Poulidor en la ascensión al puerto de Envalira. Una espesa niebla se cierne sobre el puerto al inicio del descenso, y Poulidor, prudente, ralentiza la marcha. Anquetil, al contrario, acelera. Al pie del puerto, un problema técnico tira a Poulidor al suelo. Pierde su ventaja y Anquetil pasa delante.
Raymond Poulidor era fuerte en montaña. En 1974 dijo adiós como un campeón en los Pirineos pasando el Pla d’Adet en cabeza delante de Merckx.
La escapada solitaria de Eddy Merckx
(La montaña instaura una nueva figura: la escapada en solitario)
En el llano los corredores forman grupos en pelotón para protegerse del viento y no se escapan salvo para el sprint final. En montaña, la velocidad es reducida y la resistencia al aire se convierte en nula. Cada uno corre, por tanto, solo. Solo contra la gravedad.
Eddy Merckx ganó los Tours de 69-70-71-72 y 74. Fue en los Pirineos, en su primera participación en el Tour en 1969, que se revela con su “fantástica cabalgada”: en cabeza en el descenso del Tourmalet, a 140 km de la llegada, y con una confortable ventaja en la general. Merckx acelera arriesgándose inútilmente a un desfallecimiento. El joven corredor de 24 años terminará la etapa solo, dejando tras de sí a los campeones de la época, como Poulidor. Este corredor de excepción podía mantener la más alta intensidad en el esfuerzo durante mucho tiempo. En las etapas de montaña, la gran concentración imprimía en su mirada una misma expresión. El sobrepasó el umbral del dolor. Su sobrenombre fue “el caníbal”.
Bernard Hinault sería su sucesor, algunos años más tarde, en la línea de los supergrandes.
La novela cómica del Tour
En 1954 el periódico l’Equipe envía a un joven “novelista” a cubrir el Tour de Francia. Las crónicas de Antoine Blondin van a detallar la carrera hasta 1982. Cada verano, durante veintiocho años el escrito toma asiento en el coche seguidor. Por la tarde al volver al Hotel, o en el mostrador del bar más próximo, el pasa a limpio sus notas cotidianas, caligrafiadas lentamente sobre un cuaderno de espiral.
“Yo no conozco nada mejor para renovar el vocabulario”, decía. En caso de falta de inspiración el imitaba a los autores clásicos: él adaptó así la célebre novela de Victor Hugo “Leyenda de siglos” transformándola en “Leyenda de ciclos”. Con un estilo entre la poesía épica y la burlesca, transformaba los eventos deportivos del día en tragi-comedias. Los títulos de sus crónicas siempre tenían un juego de palabras, a menudo surgido a partir del nombre de un corredor.
Esta mezcla de deporte y de literatura sedujeron al público y muchos lectores, durante el Tour, compraban l’Equipe especialmente por sus crónicas.
El Tour de Francia: un mito moderno
Algunos días al año, los Pirineos se transforman en un espacio sagrado a donde vienen numerosos espectadores a instalar su tienda de campaña y a abrir su mesa de camping. Lejos del mundo de abajo, esperan el paso de los héroes a los que acechan los demonios, como el del “Hombre del Mazo”. Estos demonios son las fuerzas de la naturaleza, es la montaña ella misma. Como un ritual, este combate mítico debe ser respetado cada año. En el curso de largas escapadas solitarias, los ciclistas exploran la frontera difusa entre lo posible y lo imposible. Vence la montaña, esto es, se vence ella misma. Al terminar esta prueba iniciática que el público sigue con emoción, la victoria es un momento de entrega y de regeneración en el que el signo brillante es el maillot amarillo.
Miguel Indurain marca los Tours de los noventa. Él entra en la leyenda siguiendo a Anquetil, Merckx e Hinault al convertirse en 1995 en el primer corredor de la historia en ganar cinco Tours consecutivos.
La revelación de Robic
La montaña elimina irremediablemente a los menos dotados, causando desfallecimientos y abandonos. Es por ello que a los puertos se les conoce como “jueces de paz”.
Gran escalador y de mucho carácter (no le gustaba que se burlaran de su pequeña estatura), Jean Robic es conocido como “el príncipe de los Pirineos”.
En 1947 Robic ataca en los primeros kilómetros de la etapa pirenaica y recorre en cabeza todo el recorrido. Llega a Pau con 11 minutos de ventaja. Se sienta y ve llegar a los demás. Ese año ganará el Tour, el primero de la postguerra.
Robic se muestra un adversario de gran talla para los grandes campeones italianos Fausto Coppi y Gino Bartali que dominan por entonces la competición. En 1952, año del apogeo de Coppi, Robic se adelanta al tandem irreducible en una larga escapada en el Mont Ventoux.
En 1953, primera victoria de Louison Bobet, el astuto Robic coge un bidón de plomo en la cima del Toumalet, donde había coronado en cabeza, para bajar más rápido. A partir del año pasado el reglamento indica que las bicis no se podrán lastrar durante la carrera.
Bahamontes, o las cualidades específicas de un escalador
Ser bueno en montaña exige cualidades particulares y los mejores escaladores no son necesariamente competitivos en el llano. El Gran Premio de la Montaña y el maillot de lunares rojos distinguen a estos especialistas. Es la relación peso-potencia la que determina a los mejores escaladores. También tienen un ritmo cardiaco adaptado a estos esfuerzos y unas piernas vigorosamente musculadas. El relieve escarpado de los Pirineos obliga a los escaladores a esfuerzos bruscos y continuos cambios de ritmo.
Los Alpes –metidos en el programa del Tour poco después que los Pirineos- se suben con más regularidad.
Federico Martín Bahamontes, como más tarde Lucien Van Impe, consiguió seis veces el Gran Premio de la Montaña. “El águila de Toledo” se consagró mejor escalador en su primera participación en el Tour de 1954. Especialista en cambios de ritmo y en aceleraciones agotadoras, multiplica sus hazañas durante diez años. La armonía de sus gestos le dota de una insolente facilidad para las dificultades montañosas. Bahamontes gana el Tour en 1959. En 1964, con 36 años, se escapa durante 190 km entre Luchon y Pau, y gana el Premio de la Montaña por sexta vez. Bahamontes comía helados en la cima del Tourmalet mientras esperaba a los otros.
Las desventuras de Pou-pou en los Pirineos
Raymond Poulidor ha podido ser el ciclista más célebre; pero nunca ha ganado el Tour de Francia. Pero él, por el contrario, a menudo ha sido segundo (en el 64, 65 y 74) y tercero (62, 66, 69, 72 y 76). La táctica de este recordman de longevidad: dejar la iniciativa a los otros. Una acumulación increíble de desgracias le atrajo la simpatía del público.
En 1973, el campeón ya con 37 años sufrió una caída en el Portet d’Aspet. Poulidor debió abandonar su décimo primer Tour de Francia (como en 1968).
Los duelos entre Raymond Poulidor y el calculador Jacques Anquetil (cinco veces ganador del Tour de Francia) animaron la carrera. Fue un puerto pirenaico el que les iba a separar en 1964. La víspera de la etapa, en lugar de salir a entrenar, Anquetil participó en un sarao. Sus adversarios vieron en ese acto una provocación. Al día siguiente Anquetil es distanciado por Poulidor en la ascensión al puerto de Envalira. Una espesa niebla se cierne sobre el puerto al inicio del descenso, y Poulidor, prudente, ralentiza la marcha. Anquetil, al contrario, acelera. Al pie del puerto, un problema técnico tira a Poulidor al suelo. Pierde su ventaja y Anquetil pasa delante.
Raymond Poulidor era fuerte en montaña. En 1974 dijo adiós como un campeón en los Pirineos pasando el Pla d’Adet en cabeza delante de Merckx.
La escapada solitaria de Eddy Merckx
(La montaña instaura una nueva figura: la escapada en solitario)
En el llano los corredores forman grupos en pelotón para protegerse del viento y no se escapan salvo para el sprint final. En montaña, la velocidad es reducida y la resistencia al aire se convierte en nula. Cada uno corre, por tanto, solo. Solo contra la gravedad.
Eddy Merckx ganó los Tours de 69-70-71-72 y 74. Fue en los Pirineos, en su primera participación en el Tour en 1969, que se revela con su “fantástica cabalgada”: en cabeza en el descenso del Tourmalet, a 140 km de la llegada, y con una confortable ventaja en la general. Merckx acelera arriesgándose inútilmente a un desfallecimiento. El joven corredor de 24 años terminará la etapa solo, dejando tras de sí a los campeones de la época, como Poulidor. Este corredor de excepción podía mantener la más alta intensidad en el esfuerzo durante mucho tiempo. En las etapas de montaña, la gran concentración imprimía en su mirada una misma expresión. El sobrepasó el umbral del dolor. Su sobrenombre fue “el caníbal”.
Bernard Hinault sería su sucesor, algunos años más tarde, en la línea de los supergrandes.
La novela cómica del Tour
En 1954 el periódico l’Equipe envía a un joven “novelista” a cubrir el Tour de Francia. Las crónicas de Antoine Blondin van a detallar la carrera hasta 1982. Cada verano, durante veintiocho años el escrito toma asiento en el coche seguidor. Por la tarde al volver al Hotel, o en el mostrador del bar más próximo, el pasa a limpio sus notas cotidianas, caligrafiadas lentamente sobre un cuaderno de espiral.
“Yo no conozco nada mejor para renovar el vocabulario”, decía. En caso de falta de inspiración el imitaba a los autores clásicos: él adaptó así la célebre novela de Victor Hugo “Leyenda de siglos” transformándola en “Leyenda de ciclos”. Con un estilo entre la poesía épica y la burlesca, transformaba los eventos deportivos del día en tragi-comedias. Los títulos de sus crónicas siempre tenían un juego de palabras, a menudo surgido a partir del nombre de un corredor.
Esta mezcla de deporte y de literatura sedujeron al público y muchos lectores, durante el Tour, compraban l’Equipe especialmente por sus crónicas.
El Tour de Francia: un mito moderno
Algunos días al año, los Pirineos se transforman en un espacio sagrado a donde vienen numerosos espectadores a instalar su tienda de campaña y a abrir su mesa de camping. Lejos del mundo de abajo, esperan el paso de los héroes a los que acechan los demonios, como el del “Hombre del Mazo”. Estos demonios son las fuerzas de la naturaleza, es la montaña ella misma. Como un ritual, este combate mítico debe ser respetado cada año. En el curso de largas escapadas solitarias, los ciclistas exploran la frontera difusa entre lo posible y lo imposible. Vence la montaña, esto es, se vence ella misma. Al terminar esta prueba iniciática que el público sigue con emoción, la victoria es un momento de entrega y de regeneración en el que el signo brillante es el maillot amarillo.
Miguel Indurain marca los Tours de los noventa. Él entra en la leyenda siguiendo a Anquetil, Merckx e Hinault al convertirse en 1995 en el primer corredor de la historia en ganar cinco Tours consecutivos.
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