Ayer dimos por finalizada la temporada oficial de cicloturismo de la S.C. Bilbaina, y este año lo hemos hecho subiendo Urkiola en bici, que para algo somos de Bilbao, para terminar allí con una buena alubiada.
La excusa era que en 2007 se han cumplido 15 años desde que organizamos por primera vez la Clásica cicloturista Jesús Loroño, aunque lo importante era reunirnos alrededor de una mesa sin las prisas de montar en bici un domingo por la mañana.
El día fue estupendo, con buen tiempo, mucho ambiente, risas y buena comida.
Eso sí, se nos hizo durillo subir Urkiola en esta época del año, pero siempre es bonito subir Urkiola.
A ver si seguimos muchos años más haciendo cosas de éstas y con buen humor. Se agradece.
lunes, 29 de octubre de 2007
miércoles, 24 de octubre de 2007
La metamorfosis
(Artículo publicado en el número 18 de la revista PEDALIER)
Una mañana, tras un sueño intranquilo, K. se despertó convertido en un verdadero ciclista. Estaba echado de espaldas sobre un cuerpo fino y, al alzar la cabeza, vio sus piernas torneadas y oscuras, surcadas por prominentes venas que resaltaban sobre una piel tersa y bien afeitada.
- ¿Qué me ha ocurrido?
No estaba soñando.
Todo había empezado años atrás, como un juego infantil. Salidas en verano con sus amigos por el pueblo y por los pueblos cercanos con una bici de paseo. Con ella subía las cuestas más duras de los alrededores y descendía jugándose la vida.
Más tarde, una primera bici “de carreras” le permitió recorrer mayores distancias y subir las cuestas más rápido. Algunos de sus amigos abandonaron la bici, pero K. y otros pocos seguían disfrutando con ella. Y poco a poco las distancias se alargaban y K. sobrepasó un día la mágica cifra de 100 km.
Más tarde, además de las excursiones estivales, K. comenzó a salir en bici también el resto del año, cuando hacía buen tiempo y los estudios se lo permitían. Nuevos puertos y nuevas carreteras ampliaban el horizonte y la diversión. Sentir el viento en la cara, el frescor de la mañana, el sol calentándole, todo era placentero.
Las piernas de K. ya comenzaban a ser en blanco y negro, y él, en lugar de ocultarlas las mostraba orgulloso en la playa y en la piscina, pues eran síntoma de sus cada vez más horas en la carretera.
K. comenzó a salir con nuevos compañeros. Compañeros con más experiencia que le abrieron a nuevos mundos y nuevas experiencias sobre la bici. Marchas cicloturistas. Algo nuevo para él. Subidas rápidas. Esprines divertidos. Puertos de entidad, famosos, míticos. Jugaba ya a ciclista y tomaba la salida como si fueran un equipo. La bici seguía siendo el mejor juguete, como cuando era niño.
Cada vez más kilómetros. De superar los 100 paso a vencer los 150. Luego superó los 200 kilómetros en un solo día y pensaba ya en los 250. Ahora K. ya se afeitaba las piernas. Olor a linimento en su casa a las mañanas, a primera hora. Olor a kilometrada.
Luego dio el salto a los Pirineos. Subidas de Tour. Escenarios del ciclismo del bueno, del de verdad. K. quiso probar en la competición, pero pronto vio que no era lo suyo. Cicloturista. Ahí sí que se veía, y ahí seguía disfrutando.
Las piernas y el cuerpo de K. que se reflejaban en el espejo iban pareciéndose cada vez más a las de sus ídolos. Delgado, fino, de rostro alargado. Moreno ciclista evidente hasta en las manos. Músculos bien visibles. K. ya era ciclista, cicloturista. La bicicleta ya era parte de él, una prolongación de su ser. Sentía el asfalto en sus manos cuando las ruedas lo tocaban, veía más allá de las curvas y más allá del pelotón. Oía su corazón cuando lo obligaba a desbocarse. Pero no lo oía gritar de dolor, sino que lo oía gritar de placer. Había aprendido a anticiparse y había aprendido a sufrir, a sentir las cuestas, a saborear las curvas y a soportar el frío y el calor. La metamorfosis se había completado. Poco a poco. Inevitablemente.
Y así nos ha ocurrido a la mayoría. Así hemos llegado hasta aquí. Así es la pasión por la bicicleta, por el ciclismo, por el cicloturismo.
Y que así sea por muchos años.
- ¿Qué me ha ocurrido?
No estaba soñando.
Todo había empezado años atrás, como un juego infantil. Salidas en verano con sus amigos por el pueblo y por los pueblos cercanos con una bici de paseo. Con ella subía las cuestas más duras de los alrededores y descendía jugándose la vida.
Más tarde, una primera bici “de carreras” le permitió recorrer mayores distancias y subir las cuestas más rápido. Algunos de sus amigos abandonaron la bici, pero K. y otros pocos seguían disfrutando con ella. Y poco a poco las distancias se alargaban y K. sobrepasó un día la mágica cifra de 100 km.
Más tarde, además de las excursiones estivales, K. comenzó a salir en bici también el resto del año, cuando hacía buen tiempo y los estudios se lo permitían. Nuevos puertos y nuevas carreteras ampliaban el horizonte y la diversión. Sentir el viento en la cara, el frescor de la mañana, el sol calentándole, todo era placentero.
Las piernas de K. ya comenzaban a ser en blanco y negro, y él, en lugar de ocultarlas las mostraba orgulloso en la playa y en la piscina, pues eran síntoma de sus cada vez más horas en la carretera.
K. comenzó a salir con nuevos compañeros. Compañeros con más experiencia que le abrieron a nuevos mundos y nuevas experiencias sobre la bici. Marchas cicloturistas. Algo nuevo para él. Subidas rápidas. Esprines divertidos. Puertos de entidad, famosos, míticos. Jugaba ya a ciclista y tomaba la salida como si fueran un equipo. La bici seguía siendo el mejor juguete, como cuando era niño.
Cada vez más kilómetros. De superar los 100 paso a vencer los 150. Luego superó los 200 kilómetros en un solo día y pensaba ya en los 250. Ahora K. ya se afeitaba las piernas. Olor a linimento en su casa a las mañanas, a primera hora. Olor a kilometrada.
Luego dio el salto a los Pirineos. Subidas de Tour. Escenarios del ciclismo del bueno, del de verdad. K. quiso probar en la competición, pero pronto vio que no era lo suyo. Cicloturista. Ahí sí que se veía, y ahí seguía disfrutando.
Las piernas y el cuerpo de K. que se reflejaban en el espejo iban pareciéndose cada vez más a las de sus ídolos. Delgado, fino, de rostro alargado. Moreno ciclista evidente hasta en las manos. Músculos bien visibles. K. ya era ciclista, cicloturista. La bicicleta ya era parte de él, una prolongación de su ser. Sentía el asfalto en sus manos cuando las ruedas lo tocaban, veía más allá de las curvas y más allá del pelotón. Oía su corazón cuando lo obligaba a desbocarse. Pero no lo oía gritar de dolor, sino que lo oía gritar de placer. Había aprendido a anticiparse y había aprendido a sufrir, a sentir las cuestas, a saborear las curvas y a soportar el frío y el calor. La metamorfosis se había completado. Poco a poco. Inevitablemente.
Y así nos ha ocurrido a la mayoría. Así hemos llegado hasta aquí. Así es la pasión por la bicicleta, por el ciclismo, por el cicloturismo.
Y que así sea por muchos años.
(c) 2007. Javier Sánchez-Beaskoetxea
martes, 16 de octubre de 2007
Urbasa
¡Qué bonito es Urbasa! Es bonito el puerto por los dos lados, es bonito el grandioso hayedo, es bonito el Balcón de Pilatos, es bonito el raso de Urbasa... Todo es bonito en Urbasa, los pueblos, los ríos, el Urederra, ¡ay! el Urederra. ¡Qué placer para la vista!
Y ahora en otoño es aún más bonito si cabe.
Pasear en bicicleta por esta carretera es una gozada para los sentidos. Por Olazagutia es una subida espectacular, con sus curvas, sus árboles, sus paredones, sus vistas.
Esta foto está trucada. Cuando la saqué hace pocos días no vi un solo ciclista. Se nota que ya no estamos en plena temporada. Así que he pegado con el Photoshop un ciclista de una foto que saqué en verano en el Col de Mente. Creo que no se nota apenas y le da un toque humano al paisaje de Urbasa con el que la foto gana mucho. El paisaje está sacado con la cámara un poco girada para que la curvatura de la carretera sea más atractiva. Creo que queda bien así.
Un cicloturista, su bicicleta y una carretera bonita. Qué más podemos pedir.
jueves, 11 de octubre de 2007
Latidos
Navegando por la red he encontrado esta frase atribuida al astronauta Neil Armstrong: “I believe that every human has a finite number of heart beats. I don’t intend to waste any of mine running around doing exercises", que traducido significa "Creo que cada persona tiene un número finito de latidos de su corazón. No tengo ninguna ninguna intención de malgastar ninguno de los míos corriendo o haciendo ejercicio".
Qué casualidad. Yo siempre he mantenido la teoría (nada científica) de que cada corazón nace con un número determinado de latidos. Pero al contrario que Armstrong creo que los que hacemos ejercicio con regularidad alargamos nuestra vida.
Mi rzonamiento es el siguiente:
Supongamos que mi corazón está diseñado para latir a una media de 75 pulsaciones por minuto durante 75 años. Si haciendo ejercicio logro que las pulsaciones por minuto desciendan, por ejemplo, a 55 ppm, habré alargado la vida de mi corazón, que alcanzará su límite más tarde que si sigue latiendo a 75 ppm de media.
Pero claro, hay que tener en cuenta que cuando estamos haciendo ejercicio nuestro corazón se acelera. Por lo que el quid de la cuestión para alargar la vida sería saber cuántas horas al día de media podemos tener el corazón trabajando a ritmo elevado de forma que se compensen con la ganancia que tendremos por el descenso de pulsaciones medias.
No voy a hacer el cálculo ahora. Podéis entreteneros haciéndolo. Pero una vez que lo hice creo que llegué a la conclusión de que con una actividad, digamos, de cicloturista ganamos tiempo de vida, y con una actividad, digamos, de ciclista de competición, nos acortamos la vida.
Bueno, es sólo una teoría.
miércoles, 10 de octubre de 2007
Llueve
Llueve.
Llueve sobre Euskal Herria.
Cae la lluvia..., incesante, imperturbable, infinita.
Sirimiri, chispeo, calabobos, llovizna, chubascos, chaparrones.
La lluvia en todas sus formas.
La lluvia que ha modelado nuestra tierra, nuestro verdor, nuestros bosques, nuestros ríos, nuestras piedras, nuestras montañas.
La lluvia que nos moja, que nos da de beber, que nos da el agua, que nos empapa de nuestro ser, que nos hace ser.
Sin lluvia no seríamos.
Seríamos diferentes, luego, no seríamos.
Sin lluvia no existiría Euskal Herria.
Sin lluvia...
No podemos ser sin la lluvia.
Empápanos, pues, y permítenos seguir siendo nosotros.
Sin más.
Llueve sobre Euskal Herria.
Cae la lluvia..., incesante, imperturbable, infinita.
Sirimiri, chispeo, calabobos, llovizna, chubascos, chaparrones.
La lluvia en todas sus formas.
La lluvia que ha modelado nuestra tierra, nuestro verdor, nuestros bosques, nuestros ríos, nuestras piedras, nuestras montañas.
La lluvia que nos moja, que nos da de beber, que nos da el agua, que nos empapa de nuestro ser, que nos hace ser.
Sin lluvia no seríamos.
Seríamos diferentes, luego, no seríamos.
Sin lluvia no existiría Euskal Herria.
Sin lluvia...
No podemos ser sin la lluvia.
Empápanos, pues, y permítenos seguir siendo nosotros.
Sin más.
© 2003. Javier Sánchez-Beaskoetxea
miércoles, 3 de octubre de 2007
Miradas de ciclistas (II)
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