Un guiño. En este pequeño gesto lleno de complicidad puede resumirse la diferencia entre el Tour de Francia y la Vuelta a España.
En el Peyresourde, en el último Tour de Francia, cuando Íñigo Cuesta pasó por donde yo estaba viendo la carrera, le animé por su nombre y le empujé un poco. Su cara era un poema. A pesar de ir en la gruppetta y "no haber trabajado" para sus líderes demasiado ese día, Íñigo, como todos los demás corredores, iba muerto. El cansancio de la etapa, y de las etapas precedentes, empezando por la primera en Londres, se notaba en su cuerpo.
Íñigo no me vio. Le animé por su nombre casi al oído, le empujé, y a pesar de todo no me vio. Lo sé porque unos días después de terminar el Tour hablé con él y me dijo literalmente "en el Tour no veo nada".
El martes pasado, en los Lagos de Covadonga, Íñigo encabezaba un pequeño grupo que no iba demasiado por detrás de su líder, Carlos Sastre (en la foto). Seguro que Íñigo había trabajado ese día y seguro que estaba cansado. Sin embargo, cuando le animé desde el otro lado de la carretera, me miró y me lanzó un guiño mientras seguía pedaleando en cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario