Hay un lugar en África donde todos los sueños de todas las personas del mundo se guardan para siempre.
Allí, en un rincón profundo de una enorme montaña desconocida, quedó oculto para siempre el sueño inquieto de un niño en el cual perdía su caballito nuevo. Cerca, la pesadilla de un soldado herido en el frente ocupa una pequeña hendidura en una húmeda roca.
Los sueños de amor, los de aquéllos que ansían revivir su juventud romántica, los de aquéllos que en su inconsciente se enamoran todas las noches de alguien perfecto e inexistente, los de aquéllos que sueñan con alcanzar el éxtasis junto a un imposible, esos sueños se esconden entre los prados cubiertos de flores, flores efímeras que con los primeros fríos se marchitan.
Hay un pequeño río que corre montaña abajo y que recoge, como el agua del deshielo, los sueños de abundancia que atraviesan las cabezas de los granjeros del valle al inicio de la temporada.
Todos los sueños se guardan allí para siempre.
Bueno, todos no. Sólo los sueños olvidados, los que no son reclamados por nadie. Pues los sueños que recordamos se quedan con nosotros, hasta que nuestra memoria ya no los necesita y los deja ir a la gran montaña africana. A veces, aún estando entre el sueño y la vigilia. Y a veces nunca.
En lo alto de esta montaña, en una oscura caverna tenebrosa, se guardan las peores pesadillas. Monstruos que aterran a los niños, retales de locuras, temores avernales. Nadie osaría entrar nunca en esta cueva, pues se encontraría con cosas terribles, cosas que nadie se atrevería a ver, por eso las olvidamos tras soñarlas, pues no podríamos vivir con esos recuerdos.
Pero hubo un día, hace mucho, mucho tiempo, en el que un pequeño terremoto removió la montaña y liberó los sueños.
Al principio los sueños vagaron por allí cerca, sin alejarse de la montaña herida. Pero no pudiendo permanecer libres, y ante la imposibilidad de buscar conciencias en las que instalarse, pues nadie subía nunca hasta allí arriba, fueron bajando y bajando hasta encontrar algunas aldeas.
¡Ay! ¡Cuán inquietas fueron las noches siguientes en aquellos pequeños poblados! No hubo un solo niño que no llorara, ni un adulto que pudiera dormir con placidez.
Pero, así, casi todos los sueños pudieron regresar de nuevo a la montaña donde se guardan los sueños olvidados.
Mas hubo un sueño que no halló cabeza que ocupar y se vio obligado a seguir vagando en busca de alguien que lo soñara y lo olvidara.
Era éste un sueño extraño, inquietante y aterrador, pero atrayente a su vez.
No se sabe quién lo soñó por primera vez. Tal vez fuera una persona normal, con una vida normal. O quizá fue alguien poderoso, alguien capaz de llevar a todo su país a una guerra devastadora tras su locura. Pero, fuera quien fuera, había sido afortunado al olvidarlo, pues vivir con el recuerdo de un sueño como ése no podría hacer bien a nadie.
El sueño vagó y vagó por el mundo, sin que hallara a nadie capaz de soñarlo. Pero por fin, una noche un hombre joven lo admitió en sus pensamientos.
El joven se despertó sudoroso e inquieto y no había olvidado el sueño que acababa de tener. Aterrado, intentó en vano conciliar de nuevo el sueño. Mas no pudo, le fue imposible. Y durante el resto de la noche no hizo sino dar vueltas y vueltas en la cama, intentando en vano pensar en otra cosa diferente a la soñada.
Tras levantarse por fin, ni siquiera desayunó. Cogió su bicicleta y pedaleó sin descanso hasta el pie de la montaña donde se guardan los sueños. Cuando los caminos se terminaron, siguió a pie, sin parar, sin mirar atrás, hasta que llegó a la entrada de la cueva de donde nunca debió haber salido ese sueño.
Allí, junto a la entrada, al borde de la sima que se abría bajo sus pies, el hombre miró hacia la insondable oscuridad. Sonrió, y después saltó para devolver el sueño a su eterna morada.
© 2004. Javier Sánchez-Beaskoetxea
2 comentarios:
no conocia esta faceta tuya de escritor de cuentos; "donde se guardan los sueños" me ha parecido bonito. Y ese lugar descrito un lugar necesario donde enterrar pesadillas y sueños que no conducen mas que a la desazon
La liberación que sintió ese hombre al arrojarse a la sima oscura... En verdad el suicidio está siempre precedido de estos pensamientos. Malditos terremotos que liberan malditos sueños.
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