miércoles, 8 de diciembre de 2010

El relato del Facebook


Hola:

La semana pasada inicié en el Facebook un experimento para la revista "Pedalier". Yo daba comienzo a un relato y la gente lo iba continuando.
Por ahora esto es lo que va saliendo. Si te animas puedes continuar el relato escribiendo el siguiente párrafo.

Sin duda su pachorra encima de la bici era lo que más le caracterizaba. Pero, pese a todo, era muy difícil descolgarle cuando dejaba de pensar en ello. Así, con una vagancia infinita, subía como los mismos ángeles, como si levitara sobre las montañas, como si la gravedad se hubiera invertido a su paso.Su bici no era la más moderna, nada de nanotecnología, nada de cosas ligeritas. Siempre había buscado la fiabilidad en todos sus componentes.
Sin respetar a sus lideres y en pos de la victoria o, al menos, del espectáculo. Capaz de lo mejor y de lo peor.
Te ponías a su lado y rápidamente fluía la conversación, sus piernas seguían el ritmo acompasado mientras comentaba la grandiosidad del paisaje, te contaba cualquier quehacer doméstico o te preguntaba por tu padre al que también había conocido encima de la bicicleta, de eso hacía ya algunos años.
Sin embargo, aquel día su forma de moverse en el grupo no era la habitual. Parecía nervioso y se mostraba agitado. Incluso su rostro mostraba una crispación que jamás habíamos visto. Es cierto que el viento sur le influía mucho en el estado de ánimo. Pero esto iba más allá.
Su mirada perdida, su atención lejos de su cadencia de pedaleo que con tanta naturalidad manejaba, su conversación era corta, escueta, extraño en su carácter abierto. Pasaba los kilómetros en una posición retrasada, hasta que decidió no seguir la estela del grupo, decidió sin decir nada, tomar una ruta alternativa, un giro repentino y de repente solo, extraño y solo, el silencio. Levantó la mirada al infinito sin que rueda alguna le impidiera ver la raya del horizonte. Decidió arrancar de cuajo el ciclocomputador, tiró el casco a la cuneta y olvidó la hora, el tiempo, el espacio y por un segundo pensó que podría seguir avanzando infinitamente.
Él pasaba por una época difícil, quizás esa soltura sobre la bici, esa facilidad para lograr todo lo que se proponía le hizo perder la cabeza.

Raquel nunca madrugaba. Ni siquiera un viaje que obliga a tomar temprano un avión impedía que se le pegasen las sábanas. La disciplina del entrenamiento y la competición no habían sido suficientes para quitarle el gusto por trasnochar. A la hora del aperitivo dominical, tras un frugal desayuno, se encaminó hacia la salida del pueblo, pedaleando sobre el crepitar de las primeras hojas caídas que cubrían el asfalto. Pasaba del mediodía pero el sol otoñal alargaba las sombras, invitando a la pereza.
Había quedado con el de la pachorra para dar una vuelta por los alrededores. Él vendría ya sudado y algo cansado después de pelearse con los de la peña en algún promontorio no muy lejano y juntos realizarían unos cuantos kilómetros hasta un merendero cercano donde les esperaban unas tapas de patatas bravas, rabas y lomo embuchado que regarían con una cervecita mientras contemplarían el paso del otoño con los tímidos rayos de sol entre los árboles despojados de sus hojas.
Y así era su pedaleo, perezoso y aún peor, zigzagueante, mientras se acercaba a la cerrada curva que dejaba atrás el pueblo.

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