SOLO ANTE EL PELIGRO
(Escrito tras estudiar el perfil de un puerto de 1ª y ver la peli de Gary Cooper simultáneamente.)
-Javi. Te llamo para avisarte de que Arturo también va a participar.
-Gracias por decírmelo -contesté mientras colgaba el teléfono.
Arturo "el duro" había vuelto y por lo visto tenía aún intactas las ganas de vengarse de mí por la insultante derrota que le había infligido en el campeonato de montaña de nuestro club el año pasado. Desde aquel día Arturo había estado lesionado, sin duda por el sobreesfuerzo que tuvo que hacer para seguirme en las duras rampas de aquel puerto, y cuando no le quedó otro remedio que dejarme ir, sus últimas palabras fueron de venganza.
Y ahora había regresado.
Miré el reloj. Eran la diez de la noche. Las campanas de la iglesia comenzaron a repicar. Quedaban exactamente 30 días y 12 horas para que nos enfrentáramos de nuevo. Debía aprovechar bien esas pocas semanas para prepararme lo mejor posible.
Mi mujer al enterarse de la noticia se echó a llorar.
-Cariño. No vayas. No merece la pena. Te va a destrozar, piensa que has estado con gripe estas semanas y no has podido entrenar apenas -me decía entre sollozos.
-Lo siento, nena, pero he de ir. No lo entiendes. Si no me presento, Arturo "el duro" se hará el dueño del campeonato. Alguien debe frenarle, y de nuevo me toca a mí -le contesté mientras miraba una vez más el reloj.
Los siguientes días intenté convencer a mis amigos para que me echaran una mano. Pero ya sabía que iba a ser difícil.
-Me gustaría ir, Javi. Pero mi mujer va a dar a luz la semana que viene.
-Lo lamento, pero ese día son las fiestas del pueblo y, ya sabes cómo se ponen los chavales.
-Quisiera ayudarte Javi, pero...
Era inútil. Nadie iba a poder ayudarme ante Arturo, y lo comprendía.
Seguí entrenando con firmeza los días siguientes. Ya me conocía de memoria todos los recovecos del puerto donde nos íbamos a enfrentar y en los que Arturo "el duro" podía tenderme una emboscada.
-Javi, te llamo para avisarte de que José Luis va a ir con Arturo.
-Gracias.
José Luis había ganado tres veces el campeonato y era un tipo muy peligroso. Las campanas repicaron diez veces. Sólo faltaban tres días y 12 horas para la llegada de Arturo.
Había revisado cientos de veces mi bici para tenerla a punto y había mandado ponerle un tercer plato en la recámara por si me quedaba sin municiones.
El día antes cambié las dos cubiertas. No quería que se me pinchara mi arma en el peor momento. Limpié y engrasé la bici por última vez, la tapé con su funda y me acosté a las diez en punto. Sólo faltaban doce horas.
Apenas dormí esa noche. El reloj avanzaba despacio y su tic-tac retumbaba en mi cabeza como las campanas de la iglesia.
A las siete en punto me levanté. Desayuné algo ligero y desenfundé la bici. Mientras las campanas de la iglesia llamaban para la misa de las ocho me dirigí pedaleando hacia la estación, donde habíamos quedado, mientras mi mujer se despedía de mí por la ventana.
El tren de las nueve llegó, como siempre, puntual. Se abrieron las puertas y Arturo y José Luis salieron con sus bicis relucientes en la mano.
El saludo fue frío y silencioso. Montamos y sin más demora nos dirigimos hacia el puerto en el que se iba a dirimir el duelo.
A las diez en punto se dio la salida. José Luis me atacó antes siquiera de que yo hubiera metido el pie en el pedal. Me esperaba algo así.
Arturo cogió su rueda y entre los dos descargaron casi toda su artillería contra mí. Enseguida nos quedamos los tres solos, pues el resto de la gente que había tomado la salida se retiró ante esos ataques desaforados.
Aguanté bien los primeros envites, y tras un momento de duda decidí que debía probarles. Bajé un par de coronas en una rampa fuerte y José Luis cayó desplomado dejándonos solos a Arturo y a mí.
Arturo quería zanjar rápido el asunto y decidió atacarme sin descanso durante más de un kilómetro. A duras penas pude esquivar sus disparos y él al verme en aprietos se envalentonó.
Craso error.
En la rampa más dura, a menos de un kilómetro de la llegada, Arturo "el duro" apretó el gatillo de su “ergopower” con todas sus fuerzas. Por un instante me tuvo contra las cuerdas. Ya casi no podía resistir cuando, de repente, Arturo "el duro" se quedó sin munición y acabó tirado en la cuneta en tanto que yo pude emplear la recamara para engranar mi tercer plato.
En mal estado pero victorioso llegué a la meta. Mientras me ayudaban a bajar de la bici pedí un teléfono.
-Cariño, ya vuelvo a casa. Enciende el calentador.
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