viernes, 29 de junio de 2007

El Tourmalet


EL TOURMALET
(Artículo publicado en el nº 17 de Cicloturismo a fondo en septiembre de 2001)

Permitidme que me ponga nostálgico, pero acabo de regresar de mi peregrinación anual al que para mí es el centro espiritual del cicloturismo: el Tourmalet.
Si para los musulmanes la Meca es el lugar sagrado por excelencia; si para los cristianos Jerusalem y el Vaticano son lugares de visita obligada; si para los esotéricos Stonehenge es uno de los lugares mágicos del planeta; para los cicloturistas, para mí, el Tourmalet es el punto desde el que más cerca está el cielo. Hay puertos más altos, hay puertos más duros, hay puertos más decisivos en las carreras ciclistas, pero no hay ningún puerto como el Tourmalet.
De entrada su nombre ya contiene otra palabra importante para un amante del ciclismo: Tour, la carrera de las carreras. Y fue en el Tour donde el Tourmalet se hizo mito.
21 de julio de 1910. Tiempos heroicos. Tiempos de grandes gestas. Un puñado de hombres curtidos, rudos, aguerridos, aperreados, salen de Luchón para afrontar una de las etapas del Tour de Francia. Pero en esta ocasión, por primera vez en el Tour, por primera vez en la historia del ciclismo, los héroes -oportuna palabra- tienen que subir un gran puerto de montaña. Bueno, no un solo puerto de montaña, sino varios puertos encadenados. El orden es el siguiente: Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Soulor, Aubisque y Osquich. Tras estos puertos, a 326 km de Luchón, les espera Bayona.
La etapa es una infierno. Casi todos deben echar pie a tierra para poder ascender los puertos, que no eran sino pistas de montaña.
Octave Lapize llega el primero a Bayona en un tiempo de 14 horas y 10 minutos. Ganará ese Tour, pero en la cima del Aubisque, el último coloso tras el Tourmalet, deja para la historia el eco pirenaico de su acusación de "asesinos" a los organizadores del Tour.
Hoy, desde hace unos pocos años, justo en la cima del Tourmalet hay una escultura y una placa en homenaje a estos hombres y a los que les siguieron.
Cada vez que un cicloturista llega hasta allí en bici, se gana la condición de pequeño héroe y la placa y la escultura también están dedicadas a él.
Recuerdo la primera vez que ascendí al Tourmalet, al cielo. Era también la primera vez que subía un puerto tan duro y no sabía cómo iba a terminar el encadenamiento del Tourmalet y de Luz Ardiden. En la cima, he de confesarlo, estaba emocionado. Rodeado de gente, mucha gente, me hubiese quedado allí a vivir. ¡Qué vistas! ¡Qué montañas! ¡Qué historia! ¡Qué recuerdos!
Y ahora, muchos años después, muchos kilómetros después, muchos puertos después, muchas ascensiones al Tourmalet después, sigo sintiendo algo especial al llegar a esos 2115 metros mágicos por encima de mi mar. Allí, entre montañas y leyendas, entre historias y recuerdos, entre la alegría y el cansancio, sigo encontrando el cielo, un cielo que no he hallado en ningún otro puerto, en ninguna otra carretera.
Cuando se habla de estos lugares se suele decir aquello del "marco incomparable", pero es un error. Por supuesto que el Tourmalet es comparable a otros muchos puertos, pero sólo encuentro una comparación posible: es mucho más bonito, es mucho más mítico, es mucho más emocionante, es, simplemente, mucho más que cualquier otra subida. Y todo aquél que haya estado allí arriba lo sabe.
Yo lo único que espero es regresar pronto al cielo, y poder quedarme en él.
(c) 2001. Javier Sánchez-Beaskoetxea

lunes, 25 de junio de 2007

Ordesa - Pirineos


Estoy estos días de rutas por Pirineos, para andar en bici, para hacer unos reportajes, para quedar con amigos,... y para ver los Pirineos.
Me encantan los Pirineos y voy siempre que puedo y con cualquier excusa. Esta semana son estas rutas; dentro de poco La Etapa del Tour cicloturista (que este año toca en Pirineos y me han invitado a hacerla como periodista); y luego unos días a ver el Tour de Francia.
En fin. Cualquier excusa es suficiente.
Os dejo esta foto que saqué el sábado según iba de ver la Quebrantahuesos en Sabiñánigo a Boltaña a hacer una ruta para una revista. Aproveché el viaje para acercarme a Torla y a la entrada de Ordesa, a recordar una excursión montañera de hace muchos años.
Ordesa es una maravilla, y Torla un escenario soberbio.
Esta foto de la iglesia de Torla con los montes al fondo es muy típica, pero es una imagen que me encanta. Ésta está sacada por la tarde. Tengo una diapo vieja sacada por la mañana a primera hora y la Iglesia está iluminada desde el otro lado, tal vez más bonita incluso.

sábado, 23 de junio de 2007

La Quebrantahuesos




Hoy he estado en la QH. Y digo que he estado, pues no la he hecho. Estaba incrito desde febrero, pero una lesión en la rodilla me ha aconsejado no forzar, así que he aprovechado el viaje además de para trabajar (me encargaron un reportaje sobre la QH), para andar en bici, para hacer cicloturismo por zonas que no transitaba desde hacía años, como la carretera que sube a Zuriza desde Ansó, o la de la Selva de Oza desde Echo.


En fin. Os subo dos fotos, una de la cabeza del pelotón de 7.500 cicloturistas a su paso por Jaca, y otra de la carretera que sube a Oza.


¿Con cuál os quedáis?


jueves, 21 de junio de 2007

II



Gaztelugatxe es un lugar mágico, único. Probablemente es uno de los lugares más fotografiados de Bizkaia, y es un ícono en todas las guías turísticas.

Por eso quise que esta foto fuera diferente. No se ve la península con su ermita, ni las escaleras. Se ve el peñón de Aketz, la cruz número II del Vía Crucis, y una persona en movimiento.

Espero que os guste.

Canon EOS 10D. Filtro degradado de color tabaco. Flash. Tamrom 11-18. f/14, 1/6 seg. 100 ISO. Trípode.

martes, 19 de junio de 2007

Donde se guardan los sueños

Hay un lugar en África donde todos los sueños de todas las personas del mundo se guardan para siempre.
Allí, en un rincón profundo de una enorme montaña desconocida, quedó oculto para siempre el sueño inquieto de un niño en el cual perdía su caballito nuevo. Cerca, la pesadilla de un soldado herido en el frente ocupa una pequeña hendidura en una húmeda roca.
Los sueños de amor, los de aquéllos que ansían revivir su juventud romántica, los de aquéllos que en su inconsciente se enamoran todas las noches de alguien perfecto e inexistente, los de aquéllos que sueñan con alcanzar el éxtasis junto a un imposible, esos sueños se esconden entre los prados cubiertos de flores, flores efímeras que con los primeros fríos se marchitan.
Hay un pequeño río que corre montaña abajo y que recoge, como el agua del deshielo, los sueños de abundancia que atraviesan las cabezas de los granjeros del valle al inicio de la temporada.
Todos los sueños se guardan allí para siempre.
Bueno, todos no. Sólo los sueños olvidados, los que no son reclamados por nadie. Pues los sueños que recordamos se quedan con nosotros, hasta que nuestra memoria ya no los necesita y los deja ir a la gran montaña africana. A veces, aún estando entre el sueño y la vigilia. Y a veces nunca.
En lo alto de esta montaña, en una oscura caverna tenebrosa, se guardan las peores pesadillas. Monstruos que aterran a los niños, retales de locuras, temores avernales. Nadie osaría entrar nunca en esta cueva, pues se encontraría con cosas terribles, cosas que nadie se atrevería a ver, por eso las olvidamos tras soñarlas, pues no podríamos vivir con esos recuerdos.
Pero hubo un día, hace mucho, mucho tiempo, en el que un pequeño terremoto removió la montaña y liberó los sueños.
Al principio los sueños vagaron por allí cerca, sin alejarse de la montaña herida. Pero no pudiendo permanecer libres, y ante la imposibilidad de buscar conciencias en las que instalarse, pues nadie subía nunca hasta allí arriba, fueron bajando y bajando hasta encontrar algunas aldeas.
¡Ay! ¡Cuán inquietas fueron las noches siguientes en aquellos pequeños poblados! No hubo un solo niño que no llorara, ni un adulto que pudiera dormir con placidez.
Pero, así, casi todos los sueños pudieron regresar de nuevo a la montaña donde se guardan los sueños olvidados.
Mas hubo un sueño que no halló cabeza que ocupar y se vio obligado a seguir vagando en busca de alguien que lo soñara y lo olvidara.
Era éste un sueño extraño, inquietante y aterrador, pero atrayente a su vez.
No se sabe quién lo soñó por primera vez. Tal vez fuera una persona normal, con una vida normal. O quizá fue alguien poderoso, alguien capaz de llevar a todo su país a una guerra devastadora tras su locura. Pero, fuera quien fuera, había sido afortunado al olvidarlo, pues vivir con el recuerdo de un sueño como ése no podría hacer bien a nadie.
El sueño vagó y vagó por el mundo, sin que hallara a nadie capaz de soñarlo. Pero por fin, una noche un hombre joven lo admitió en sus pensamientos.
El joven se despertó sudoroso e inquieto y no había olvidado el sueño que acababa de tener. Aterrado, intentó en vano conciliar de nuevo el sueño. Mas no pudo, le fue imposible. Y durante el resto de la noche no hizo sino dar vueltas y vueltas en la cama, intentando en vano pensar en otra cosa diferente a la soñada.
Tras levantarse por fin, ni siquiera desayunó. Cogió su bicicleta y pedaleó sin descanso hasta el pie de la montaña donde se guardan los sueños. Cuando los caminos se terminaron, siguió a pie, sin parar, sin mirar atrás, hasta que llegó a la entrada de la cueva de donde nunca debió haber salido ese sueño.
Allí, junto a la entrada, al borde de la sima que se abría bajo sus pies, el hombre miró hacia la insondable oscuridad. Sonrió, y después saltó para devolver el sueño a su eterna morada.
© 2004. Javier Sánchez-Beaskoetxea

lunes, 18 de junio de 2007

Igor Antón, amor por el ciclismo


Que Igor Antón es uno de los mejores ciclistas jóvenes del momento no es decir nada nuevo. Pero en el caso de esta chaval de Galdakao creo que podemos decir que estamos ante un corredor llamado a hacer grandes cosas en nuestro ciclismo.
El ciclismo es un deporte muy duro, todos lo sabemos. Pero saberlo no es bastante, hay que sufrirlo. En bici los ciclistas, como nosotros los cicloturistas, pasan frío, pasan calor, sufren pájaras, tienen dolor de piernas, penan en las cuestas, les duelen las caídas,... En fin, algo que cualquiera que ande en bici lo sabe bien.
Pero los ciclistas, al contrario que los cicloturistas, tienen la obligación de no descolgarse del pelotón. Ellos se juegan su vida profesional, se juegan su futuro, se juegan su dinero, se juegan el bienestar de su familia. Eso es un estrés añadido que quien no es profesional no lo tiene sobre una bici.
Ya me lo dijo una día Abraham Olano más o menos con estas palabras: como cicloturista quizás hasta pueda exigirme más en un puerto, pero sé que si me descuelgan no me pasa nada. En cambio cuando era profesional si me descolgaba podía perder las alubias.
Por eso un ciclista para llegar lejos, para poder sufrir, debe amar este deporte, debe sentir pasión por el ciclismo. Y las pocas veces que he hablado un poco con Igor, y por las entrevistas suyas que he leido, Igor Antón es un apasionado del ciclismo, es un chaval con espíritu cicloturista que corre en el Pro Tour, y eso me da una garantía de que él siempre estará dispuesto a sufrir lo que sea con tal de estar ahí, en cabeza de las grandes carreras, junto a sus ídolos (que ahora son su compañeros).
Segi horrela, Igor, eutsi gogor. Zurekin gaude hainbat eta hainbat zikloturistak, sufritzen eta gozatzen. Zure ametsak geureak izan diralako. Aupa.
(Foto de la web del Euskaltel - Euskadi)

domingo, 17 de junio de 2007

Cicloturismo en Irati



Acabo de regresar de sacar fotos de una marcha por Irati (Pirineos) y de andar en bici un poco por este paraje maravilloso.

Os dejo aquí esta foto que resume para mí lo que es el cicloturismo: una bicicleta, un ciclista, un paisaje de ensueño, una parada para hacer una foto.

La marcha era la 1ª Irati Xtrem, una maravilla de recorrido. La foto está sacada al inicio del descenso de Bagargi hacia Larrau. El monte es el Orhi.

viernes, 15 de junio de 2007

Gorbeia desde Saibigain



Atardecer en Gorbeia desde la cima del Saibigain (P.N. Urkiola - Bizkaia).

Canon EOS 20D, Sigma 18-70. Flash de relleno. Trípode.